Bajo el arco iris
un olor a madreselvas.
La canción echa el ancla
y el marinero ciego
ya cansado de silbar
piensa en el camino.
El cangrejo muere de sed
en la playa que mañana habrá.
Los arlequines bailan desnudos
en una esquina con mago y ajedrez.
Un niño pinta cabras
en botellas que lanza al mar.
El cangrejo, un arlequín,
el marinero y el niño
se sientan a esperar el resplandor.
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Poemas del libro «Todos los febreros cada dieciocho» de Fer Gutiérrez
De la ignominia. Viaje del infierno al infierno
Cuatro poemas del libro «De la ignominia. Viaje del infierno al infierno (Amargord, 2018)
Identidad
Bajo una piedra sin musgo
descubrió su nombre.
Tampoco tenía edad
ni talla ni ceniza.
Nunca fue muro
ni escarpa ni sendero.
Brillaba
en la eterna sed
de los caminos.
Era el rescoldo del olvido
Bajo esa piedra sin musgo
estaba su nombre.
La noche y el rocío
La noche espera el rocío
dueña de soledades olvidadas en la sed,
entregada al ejercicio
de la muerte cotidiana.
La noche espera el rocío
para que vuelvan las hojas
que caen entre las plumas
de un ala exhausta.
La noche espera el rocío
como la celadora inquieta
de lo perdido.
La gota espera el rocío
para ser.
Palabra y poema
Para Javier Solé, a quien los
finales no se le alejan como a mí
En el último peldaño de la noche
cuando la verdad es un pájaro asustado
la palabra escribe el poema.
Con sed de rocío
el verso clama por un hueco
donde el sol no entrometa sus rayos.
Al atardecer
la palabra cree
que ha llegado la hora de leerse
y entonces ve cómo se aleja
el final.
Pedazos
Ese leño con la huella
de lo que fue una brasa;
ese espejo fatigado
de repetir el llanto
y la sonrisa;
esa botella que imagina
que es la que apaga la sed;
ese dolor
en el costado del hijo;
esa alegría del padre
que vuelve y empapa al abuelo;
ese poema muerto
en la hoja blanca;
esa letra perdida
en la oscura tormenta del bosque;
ese acorde que nunca
volvió a decir la guitarra;
ese cincel que abandonó la rama
y ese lápiz que dibuja un horizonte
son los pedazos de un yo que camina
en la última tarde del otoño.
18.
El barro que se forma
en las calles cuando llueve
resulta de la mezcla
de tierra y agua.
Puede servir para hacer un botijo
en el que el agua cristalina
entona un alegre canto
cuando lo inclinamos
para que el hilo líquido
nos quite la sed.
También sirve para que los niños descalzos
caminen sobre él.
Entonces el lodo
inunda sus pies.
También sus manos
y su cara
y la ropa.
Toda la ropa.
Hasta que el niño se confunde
con la calle del campo
con el alambre del campo
con la sed del campo
con el hambre del campo
con el agua que se bebe en el campo.
Y otros niños lo pisan
y los adultos lo pisan
hasta que deja de ser niño.
Y no será jamás vasija.
Ni muñeco ni cerámica.
Pero no dejará nunca de ser barro.
Poderes
Contar la historia
de la ruina que habitó la roca.
Comprender el grito del caminante
y el motivo del soldado
que volvió de Argelia.
Oír la hoja
cuando antes de caer
aborrece al otoño.
Leer el polen
en el temblor del pétalo.
Descifrar la nostalgia de la carta
que naufragó en la noche del poeta.
Paladear el silencio de la duna.
Silbar la melodía del marino cautivo
en el puerto de los barcos
amarrados a los verbos.
Curvar el tronco del roble
con la mirada en la cuaderna.
Salir a la tarde muda
y respirar los cantos
de una infancia que dijo ser feliz.
Morder los labios
que sólo hablaron
la palabra del hechizo.
Volver a agonizar en el amor adolescente
para morir en la lumbre
del mar que nos llama
y nos ahoga con la sed del beduino.
Morir. Pese a todo morir.
Morir en cada hora
que acaba su circuito
las muertes que nos hacen inmortales
y nos nacen de nuevo
en las piedras de la esquina mancillada.
Sola
Cierra los ojos
y en la sombra de su interior callado
sus pasos caminan la exquisita soledad.
Y vive esa otra vida,
suave,
sin amantes que traicionan,
sin pozos de pasión abrupta,
sin rencores añejados en cubas oxidadas,
sin resacas agrias,
sin sed ni sequía.
Habrá en su boca una sonrisa
cuando el café con su perfumado oscuro
complete el despertar en la cocina.
Y ella estará sola
leyendo el libro mudo.