Ojalá estuviera siempre ahí
la luz de esta ventana.
Siempre quieta en el árbol
y en el pájaro que vuelve cada tarde.
Quieta en el agua de la nube
y en la esperanza de un azul
que conmueve a la intemperie.
La luz de esta ventana
que dibuja tu espalda
y dicta el origen al viento.
La que me regala
el ojo y la ceguera.
La que siembra el vacío
y recoge noche a noche
el pálido agujero de la ausencia.
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La noche y el árbol
Cree que es suyo
cuando cambia su silueta
por la nube y el labriego,
enluta el color de sus hojas,
nos deja a merced de su enemigo.
Cree que es suyo
cuando lo convierte en un fantasma invernal
que asusta al niño
y al perro tuerto.
Cree que es suyo
aunque lo turbe
el canto del ruiseñor.
Si la tiniebla
es el recuerdo de un sueño sin amparo
el árbol, todo luz,
vuelve a ser
la sombra del caminante.
Intento inútil
En la calle
la paloma intenta mirar a dios.
Algo hay
que hace más desteñidas las plumas
y que el cuello no ayude
a picotear los granos esparcidos.
El señor que limpia las aceras
ha pasado por su lado
pero ella oculta su muerte
detrás del tronco del sicomoro.
La nube se mueve
con la parsimonia de un gato.
Alguna hoja rezagada del otoño
corretea entre los pies y las ruedas.
Junto al árbol
la paloma eterniza el intento
de mirar a dios.
El acto se torna imposible:
ella no ve
y dios no existe.
Sueño de ratón
El reloj contra el espejo
marca las deshoras.
Las canicas caen al revés
y el abrojo
pinta un caballito
en el mar de las montañas.
Salgo a mirar los picaflores
y veo entre los cielos
un ratón que sueña con ser nube.
Trepo por la cuerda del columpio
con un ramillete de agujeros de gruyer.
Canturreo una canción que no protesta
y llego al viejo andén.
El viento
hace remolinos con historias
y papeles de envolver encantamientos.
El sueño del ratón se come el queso
y la nube se sube al tobogán.
Aeropuerto
Detrás del cristal
el mundo es un torrente mudo.
El mar dibuja una línea
desde donde comienzan
a volar las nubes.
Detrás del cristal
los obreros se mueven
en la lenta y callada turbulencia.
Ella ve alejarse
al que fuera en sus sueños
el anhelado amor.
Detrás del cristal
pasa una paloma que nunca llegará
a cruzar el trasluz.
Vuelvo
Vuelvo para saber
si ha pintado los campos el cerezo,
si llegan golondrinas jugando entre las nubes,
si el sol acaricia los helechos.
Quiero saber
si hay renuevos en las ramas del rosal,
si la yegua está preñada
y el pastor ya saca su rebaño.
Quiero saber
si hay algo que augure
la nocturna melodía del rojizo ruiseñor
y las siestas con grillos y cigarras.
Y cada vez que vuelvo
llego tarde y llego pronto:
todo ha comenzado
y nada se ha muerto todavía.
El pasado
Un murmullo en el oído
acerca el desmayo al hombre.
Alguien, en la penumbra,
pinta el cuadro de una vida
al son de las raídas notas
de la vieja verdulera.
El pájaro mata el vuelo
y espera la luz con impaciencia.
Restos de un juguete
se amparan en el hueco
de los escalones rotos.
La calesita agota el movimiento
y ahora camina hacia el espejo
donde un caballo mudo
llora la pasión del carro.
Me busco en la nube
y descubro que no hay niños
jugando al escondite.
Entonces quiero llorar
la única ausencia que me duele
pero mi rostro vuelve a ser
un hueco en la memoria.
La muerte del poeta
La tarde cae desde la nube quieta.
Un cielo absurdo
llueve la calle desierta
y la oscuridad avanza
entre farolas ahogadas.
La noche y los cerezos persiguen una luna
que arriesga sus blancuras
apostando la inercia en las tertulias
donde el poeta muere en el verbo.
Y el verbo, atiborrado,
se sacude de sílabas y versos,
piensa en los juglares
y añora el orden de las letras en las filas.
Un olor de pájaros vagando
da nombre finalmente a la distancia.
Ejercicio deseado
Amarte entre colibríes quietos,
hablar de tí en las nubes de uva,
decirte versos de poetas que se mataron
entre dunas que migran ciegas,
vaciar de besos tus cerezas dormidas,
acudir cada siesta a la cita de tus ojos,
oler los azahares en tu pelo,
acunar el grito que nace en el suspiro.
Tormenta
Ahoga el cielo
una extraña paz inquieta.
Se hace noche
la hora de la siesta.
No hay viento
y un temblor turba a la espiga.
La pálida nube
muestra su garra oscura.
El pájaro esconde su vaivén.
La mariposa huye.
Han callado las cigarras
y las ramas quedan presas del silencio.
El sombrío valle
se tensa en una lenta inspiración.
Y luego
nada es lo que fuera hace un momento.
Suplica la raíz,
grita la hoja
y el agua
rebota contra el charco que ella engendra.
La tarde es trueno, fulgor,
lluvia y destrozos.
Casi así
fue tu amor entre los lirios.