El temor de que la gota vuelva
a horadarle los sesos
inquieta sus pasos
cuando entra a la cocina.
Pero el grifo ha enmudecido.
El aroma del café
no rompe el frío hedor
de los movimientos que se repiten.
La calle espera
con una paz falsa
en la que ya nadie cree.
Al salir ladrarán los perros
y no sabrá por qué.
Abre la puerta y piensa
que si roba una flor
del rosal de su vecina
una espina se clavará en su dedo
y ese será
el dulce e injusto castigo
en una mañana que se atardece.
Entonces mira su bata
y comprende que hoy
no es buen día para salir.
Mejor será volver a la cocina
a ver pasar la quietud
mientras toma su medicación.
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Sola
Cierra los ojos
y en la sombra de su interior callado
sus pasos caminan la exquisita soledad.
Y vive esa otra vida,
suave,
sin amantes que traicionan,
sin pozos de pasión abrupta,
sin rencores añejados en cubas oxidadas,
sin resacas agrias,
sin sed ni sequía.
Habrá en su boca una sonrisa
cuando el café con su perfumado oscuro
complete el despertar en la cocina.
Y ella estará sola
leyendo el libro mudo.
¿Entonces por qué?
No es por aquel sueño
de dar la vuelta la mundo
en un buque mercante holandés.
Tampoco por la noche interminable
en la que tus pies descalzos
inventaron el amor
bailando en la mesa de la fonda.
No es por tu risa,
desnuda en la playa
ni por el primer beso
entre prisas y eucaliptos.
Ni por la carta que escribiste
en quién sabe qué café.
No es por tu lágrima
cada vez que escuchabas
la canción del soldado en la frontera.
Ni por la despedida
que nubló para siempre tu mirada.
Es por ese pequeño temblor
que dibujaba en tu boca la sonrisa.
Por eso es difícil olvidarte.