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El labio en la roca
«El labio en la roca» es un libro de poemas que escribí durante el 2017. Lo he editado en forma digital y os lo podéis bajar gratuitamente del blog en la página «Descargar mis libros». Como aperitivo aquí va el primer poema del libro:
Detener el vuelo
Detener el vuelo
y posarse en la vida de la roca
por donde mana
el agua del desierto.
Besar la piedra
y descubrir que sonríe
con la paz de una madre.
Descifrar la raíz
oculta bajo un manto de liquen
e iniciar el camino
aunque el final no exista.
Obedecer a un dios desconocido
y no amar al hijo.
Creer la leyenda
y así escribir el poema.
La tarde, la piedra y el río
Los años lo habían llenado de canas, arrugas y evidencias. En las tardes junto al río le daba por recordar. Amaba ese verbo como antes había amado al verbo amar. Se sentaba siempre en la misma piedra y comenzaba a contar peces. Cuando la cuenta se perdía entre el serpenteante ir y venir de los bichos y las aguas, él comenzaba a oír la llegada de los primeros recuerdos. Siempre venían de la mano de Analía quien en su otra mano llevaba el ramo de flores silvestres que él le regalara bajo el frío de los brotes del cerezo. La noche lo encontraba hablando con ella y los tres amigos que siempre tuvo. Sabía que después de la noche el amanecer le haría sufrir el dolor de estar solo, agotado ya de tanto recordar. Entonces llegaba el sueño y un par de horas después despertaba para esperar la tarde, la piedra y el río.
Sonata
Suena el miedo
en la bondad de la nota
y entre las olas de un mar roto
ahoga escaleras, alacranes
y el dolor
que deja su huella en las maderas.
Quiero enfrentarme a la desidia del charco
pero la fiebre arrincona el movimiento.
Con las luces del circo
llega el espanto
y un tormento anclado en las cuerdas.
La angustia camina
sobre la marca que dejó en la piedra
y sabe que la noche
no alcanza para el silencio.
Sólo hay esbozos de una victoria.
Identidad
Bajo una piedra sin musgo
descubrió su nombre.
Tampoco tenía edad
ni talla ni ceniza.
Nunca fue muro
ni escarpa ni sendero.
Brillaba
en la eterna sed
de los caminos.
Era el rescoldo del olvido
Bajo esa piedra sin musgo
estaba su nombre.
La soledad del cielo
El infinito ata sus bueyes al vacío
y el trabajo de las ventanas
mata a los pájaros en vuelo.
No hay nubes ni vilanos,
no hay otoño.
La piedra se curva en el azul
y enmarca el deseo
de acompañar lo que se fue
tras el inmenso atardecer.
La soledad se ha teñido
de la inútil esperanza de verlos volar.
Sigilosa
Se disfraza de una niña
o de un amigo,
o de padre o de madre o de amante.
Cuando no la vemos
se prueba nuestra ropa.
Hoy me ha vuelto a cubrir de tristeza.
Pintó de ayer la tarde.
Machacó con sus palos de ausencia.
Dejó que el estupor ahuyentara mi palabra.
Hacia el magnolio.
Donde la piedra.
Cuando el invierno.
Poderes
Contar la historia
de la ruina que habitó la roca.
Comprender el grito del caminante
y el motivo del soldado
que volvió de Argelia.
Oír la hoja
cuando antes de caer
aborrece al otoño.
Leer el polen
en el temblor del pétalo.
Descifrar la nostalgia de la carta
que naufragó en la noche del poeta.
Paladear el silencio de la duna.
Silbar la melodía del marino cautivo
en el puerto de los barcos
amarrados a los verbos.
Curvar el tronco del roble
con la mirada en la cuaderna.
Salir a la tarde muda
y respirar los cantos
de una infancia que dijo ser feliz.
Morder los labios
que sólo hablaron
la palabra del hechizo.
Volver a agonizar en el amor adolescente
para morir en la lumbre
del mar que nos llama
y nos ahoga con la sed del beduino.
Morir. Pese a todo morir.
Morir en cada hora
que acaba su circuito
las muertes que nos hacen inmortales
y nos nacen de nuevo
en las piedras de la esquina mancillada.