Bandera

El prócer se dispone a mancillar la belleza de los colores inventando una bandera. También mancillará la inocencia del viento cuando la enarbole en esa plaza que cree suya. Mancillará la sangre que derramó el soldado cuando envuelva su cuerpo en ese trapo pintado. Y así, paso a paso irá construyendo el relato.

Cuatro poemas de Gabriel Alejo Jacovkis

Estos cuatro poemas tienen algo en común: de alguna manera hablan sobre el misterio de la palabra.

Los sueños del poema

A Elvira Daudet,
porque dice que odia a esa vieja extraña.

La pavura del pájaro en el fuego,
la palabra condenada,
la idea que se vuelve muda,
el viento cruel de la cuesta.
Un dolor tiñe rincones
con las lumbres que agonizan.
Y sin embargo
la mancha intuye su derrota
y una guerrilla de versos
amanece cuando empuñas
los sueños del poema
en el teatro de las batallas perdidas.
Brota entonces el reflejo
en el canto de las gotas,
crece en el verso la palabra
y tú que sabes del amor en el vacío,
sigues amando
como sólo eligen
hacerlo las poetas.

Vi

Vi la sombra
en el fulgor de la línea final,
vi pájaros volviendo,
vi quemarse la última madera,
vi naufragios tras el relámpago,
el ardor de un verano de ramas secas
y el dolor del viento en los tejados.
Vi caminos que morían
en el sueño de los mapas.
Vi un ritual de vigilias
y vi cerrarse los ojos
cuando huyen las miradas.

Imposible escribir un poema surrealista

Intento escribir
un poema surrealista
pero las lagartijas
ya no dictan palabras
en los bosques redondos.
La habitación del armonio
esconde los maullidos
del sueño violeta.
El tren se detuvo
en la anteúltima estación
donde la cortina baila
un viento de almendros.
Incontables motivos
me impiden escribir
el poema surrealista.

La luz y el cobijo

Ojalá estuviera siempre ahí
la luz de esta ventana.
Siempre quieta en el árbol
y en el pájaro que vuelve cada tarde.
Quieta en el agua de la nube
y en la esperanza de un azul
que conmueve a la intemperie.
La luz de esta ventana
que dibuja tu espalda
y dicta el origen al viento.
La que me regala
el ojo y la ceguera.
La que siembra el vacío
y recoge noche a noche
el pálido agujero de la ausencia.

El pájaro y la tumba

El pájaro picotea las semillas
que cayeron ayer sobre mi tumba.
Lo conozco. Lo he visto bailar
saltando entre las ramas del abeto
una danza que estrujaba la vida con las alas.
Temí que el viento lo lanzara
por el sueño de un barranco.

Él ahora picotea las semillas
que cayeron ayer sobre mi tumba.
Agotó la danza o la hizo triste
y echó a volar en busca del calor que le negaba
el lugar que más amó.
No sabía del apego a otros paisajes,
a cualquier lugar
donde no anidara el frío de la muerte.

Y ahora picotea distraído
sin saber que las semillas
cayeron ayer sobre mi tumba.

Vamos

Frío en la plaza.
Cuchillo oxidado
en la piel blanca.
Hambre de muchos
consuelo de ricos.
Desamor.
Dolor de sombrero.
Miedo al mañana muerto.
Salpicadura del charco.
Paraguas que da vuelta un viento.
Árbol seco.
Inundación.
Desierto.

Y mientras tanto vamos andando.

El álamo

Desde mi ventana
miro el chopo blanco.

Sus hojas hablan contra el viento
como títeres plateados,
como espejitos truncos.
Su olor nos viste de recuerdos infantiles.
Y luego,
a su pie,
habrá una tumba de desolado verde.

Se ha quedado sin ribera
y él tampoco está triste en su destierro.

Del poemario «El libro y el poeta»