Bajo el arco iris

Bajo el arco iris
un olor a madreselvas.
La canción echa el ancla
y el marinero ciego
ya cansado de silbar
piensa en el camino.
El cangrejo muere de sed
en la playa que mañana habrá.
Los arlequines bailan desnudos
en una esquina con mago y ajedrez.
Un niño pinta cabras
en botellas que lanza al mar.
El cangrejo, un arlequín,
el marinero y el niño
se sientan a esperar el resplandor.

Esencia

Aquel que entró a la noche
porque vivía
en la luz de las escenas.
El francés que mataba
o que escribía el verso en la pared
o que murió diciendo
que algún día moriría de amor.
O ellas,
las grandes fabricantes de finales
que se quedaron pequeños
frente al ardor de lo vivido.

Siempre escondido
bajo cientos de pisadas,
aroma que huye del frasco,
violinista de una esquina
que el tiempo quiere borrar,
sonrisa del ciego,
mendiga lela,
farol tibio.

Y en un rincón del poema
hora tras hora
alguien busca el sentido
al orden caprichoso de las letras.
Y en su desvelo ignora
que la palabra es él.

Poderes

Contar la historia
de la ruina que habitó la roca.
Comprender el grito del caminante
y el motivo del soldado
que volvió de Argelia.
Oír la hoja
cuando antes de caer
aborrece al otoño.
Leer el polen
en el temblor del pétalo.
Descifrar la nostalgia de la carta
que naufragó en la noche del poeta.
Paladear el silencio de la duna.
Silbar la melodía del marino cautivo
en el puerto de los barcos
amarrados a los verbos.
Curvar el tronco del roble
con la mirada en la cuaderna.
Salir a la tarde muda
y respirar los cantos
de una infancia que dijo ser feliz.
Morder los labios
que sólo hablaron
la palabra del hechizo.
Volver a agonizar en el amor adolescente
para morir en la lumbre
del mar que nos llama
y nos ahoga con la sed del beduino.
Morir. Pese a todo morir.
Morir en cada hora
que acaba su circuito
las muertes que nos hacen inmortales
y nos nacen de nuevo
en las piedras de la esquina mancillada.