Desasosiego

Vacío.
Aún oscuro
el frío comienza su diario triunfo.
Aullidos.
El hilo de agua busca perderse en la piedra gélida.
No hay quietud.
La paz pasa de largo
oculta en la bruma crispada.
La sombra busca la montaña
para subir al bosque.
Barro.
Caminos salpicados por las ruedas
de viejos carros ya hundidos.
Grillos muertos. Lagartijas secas que ríen.
Vuela un pájaro.
Llueve.
Y sigue lloviendo y la paz no llega.
Troncos podridos de las que fueron encinas.
Pinares rojos.
Mantos de ceniza.
Soledad en la mañana lóbrega.
El viento silba una despedida.
El pájaro enmudece y cae.
Alguien canta una canción lejana
pero el grito surge
y encubre la voz que al final calla.
Sapos muertos.
Alacranes que acechan.
No hay nada que acabe con esto.
Sólo la vida.
El pequeño sendero se arrastra en la montaña.
Un cuaderno de escuela
aguarda con óxido en los goznes.
El tambor sin parche oculta soldados de plomo fusilados.
El viejo chelista manco fuma en la puerta del estuche
y combate recordando nota a nota la suite.
El pequeño sendero viaja.
Un labriego muerto sonríe
y la mujer de negro lava la camisa ensangrentada.
Pero ésta no es la hora de la sangre.
Es la hora de la paz que no llega.
El niño avanza en la bicicleta rota.
El ojo del hambre mira desde su cara triste.
No hay fusil, no hay bala.
La guerra ha terminado y la paz no está.
No hay hilo de agua.
No hay siesta.
El día murió al alba.
El pequeño sendero entra al yermo oculto en el bosque.
El páramo es un azarbe exhausto.