El labio en la roca

«El labio en la roca» es un libro de poemas que escribí durante el 2017. Lo he editado en forma digital y os lo podéis bajar gratuitamente del blog en la página «Descargar mis libros». Como aperitivo aquí va el primer poema del libro:

Detener el vuelo

Detener el vuelo
y posarse en la vida de la roca
por donde mana
el agua del desierto.
Besar la piedra
y descubrir que sonríe
con la paz de una madre.
Descifrar la raíz
oculta bajo un manto de liquen
e iniciar el camino
aunque el final no exista.
Obedecer a un dios desconocido
y no amar al hijo.

Creer la leyenda
y así escribir el poema.

La hora ocre

En otoño es la hora en que la tarde comienza a hacerse ocre. Él se sienta en el banco que descansa bajo el plátano grande. La plaza lo ve llegar con el termo, el mate y los bizcochitos que compra en la panadería más vieja del barrio, la de los muebles modernistas. Le gusta ver jugar a los niños en los columpios cuando salen del colegio. Ellos suben y bajan y él los mira mientras teje recuerdos. Como en los sueños las imágenes se aceleran, cambian de color y él es uno de esos niños cuando eran pibes con guardapolvos blancos.

La mamá de una niña que se llama Sara casi siempre se sienta en silencio a su lado. Es una señora que parece estar más triste que él. Y más sola. Una tarde ella susurra: «Mi compañera era uruguaya y también tomaba mate». Él le ceba uno y ella dibuja una pequeña sonrisa en su labio inferior.

Desde aquel día él comienza a esperar la hora ocre de la tarde no sólo para encontrarse con sus recuerdos.

Ella se sienta a su lado dibujando la pequeña sonrisa y coge el mate que él le ceba. Sara sale del colegio, los saluda y se va a los columpios. Hablan poco y cada vez con menos pena. Hasta los tiempos se acomodan bien: el mate comienza a aguarse y estar frío cuando llega el momento de volver a casa.

Meses después ambos piensan que la felicidad no es más que las pequeñas tristezas que se esfuman.

 

Esencia

Aquel que entró a la noche
porque vivía
en la luz de las escenas.
El francés que mataba
o que escribía el verso en la pared
o que murió diciendo
que algún día moriría de amor.
O ellas,
las grandes fabricantes de finales
que se quedaron pequeños
frente al ardor de lo vivido.

Siempre escondido
bajo cientos de pisadas,
aroma que huye del frasco,
violinista de una esquina
que el tiempo quiere borrar,
sonrisa del ciego,
mendiga lela,
farol tibio.

Y en un rincón del poema
hora tras hora
alguien busca el sentido
al orden caprichoso de las letras.
Y en su desvelo ignora
que la palabra es él.

Pedazos

 

Ese leño con la huella
de lo que fue una brasa;
ese espejo fatigado
de repetir el llanto
y la sonrisa;
esa botella que imagina
que es la que apaga la sed;
ese dolor
en el costado del hijo;
esa alegría del padre
que vuelve y empapa al abuelo;
ese poema muerto
en la hoja blanca;
esa letra perdida
en la oscura tormenta del bosque;
ese acorde que nunca
volvió a decir la guitarra;
ese cincel que abandonó la rama
y ese lápiz que dibuja un horizonte
son los pedazos de un yo que camina
en la última tarde del otoño.

Feliz navidad

Cuando enviéis los deseos
de paz y prosperidad
que corresponden a estas fechas,
cuando pidáis mesa para la cena del trabajo
que os reunirá en sana armonía,
cuando llaméis a los que nunca llamasteis durante el año
para decirles que siempre os acordáis de ellos
y más aún en estos días
que nos inundan de amor,
cuando devolváis el beso
que os lanza el bueno de Papá Noel
en el centro comercial cercano
animado por el sinfín de villancicos,
cuando hagáis el pesebre con vuestros hijos
y les expliquéis quién era el niño Jesús
y José y María
y cómo estaban ungidos por la bondad divina,
cuando el veinticuatro a la noche
esperéis a las 12 para brindar por el nacimiento
y las burbujas de cava
ayuden a bajar la suculenta cena
colmada de buenos augurios
ojalá que una pequeña sombra,
aunque más no sea una pequeña sombra
oscurezca vuestra sonrisa hipócrita
mientras Alepo se desangra.

Origen

No sé si fue
en el momento de la sangre
el grito el dolor y la sonrisa
o el día que el barco
dejó plantada a la parca
en la mancha de aceite de una piedra.
También pudo haber sido
a orillas del arroyo
junto a la voz de tu silencio
cuando el temblor de la palabra
ignoraba el viaje infinito del abrazo.
O cuando asomaron las gemas.
O las gemas de las gemas.
Tal vez hayan sido muchas
las veces que nací
tantas como muertes he tenido
menos una.

Sola

Cierra los ojos
y en la sombra de su interior callado
sus pasos caminan la exquisita soledad.
Y vive esa otra vida,
suave,
sin amantes que traicionan,
sin pozos de pasión abrupta,
sin rencores añejados en cubas oxidadas,
sin resacas agrias,
sin sed ni sequía.
Habrá en su boca una sonrisa
cuando el café con su perfumado oscuro
complete el despertar en la cocina.
Y ella estará sola
leyendo el libro mudo.