Pozo

Quedó un trozo de pan sobre la mesa
en la que él te hablaba
del color de los cerezos,
del perfume que presagia cada otoño.
Hoy miras inmóvil
el trajín caótico del duelo,
la pena que cae
lamiendo el socavón
cuando suena el murmullo
del relato de los otros.

Donde nunca toca el sol
todo está más oscuro todavía.
Sólo se enciende la tristeza
del cante que llega de otras minas
que esbozan con crueldad
la misma muerte.

Aeropuerto

Detrás del cristal
el mundo es un torrente mudo.
El mar dibuja una línea
desde donde comienzan
a volar las nubes.
Detrás del cristal
los obreros se mueven
en la lenta y callada turbulencia.
Ella ve alejarse
al que fuera en sus sueños
el anhelado amor.
Detrás del cristal
pasa una paloma que nunca llegará
a cruzar el trasluz.

La amante cansada

Aquella amante que dibujaba encuentros
entre dos puertos y el mar,
recogió la huella de la almohada
y desertó del lugar de los anhelos.
Cansada de habitar los espejismos
dejó de ser el sueño de un errante
y se coló en un libro de poemas.
Ahora camina
por la orilla de aguas suaves,
es un pájaro sereno.
Le cautiva bajar del carrusel
y adentrarse en el salón de los espejos.

Ahora Lampedusa

La cuerda se suelta
y cae el filo sobre el hombre.
Otra vez la infamia
flota a la deriva.
Los retratos del terror
buscan a los hermanos
que ya no tienen rostro.
Lágrimas de ojos que no miran
se ahogan en las aguas inocentes.
Se ahogan los gritos
que flotaron en el aire.
Hasta el olor se ahoga
en la peste del silencio
que abraza el puñal.
Tierra adentro las ratas plañideras lloran
y procuran no mancharse las corbatas.

Los faustos

Cuando los faustos acabaron
tres veces me cagué
en el monumento a la bandera.
Subí por un caminito estrecho
entre las rosas mosquetas
y versos de jilgueros
hasta que vi aquel lago azul
con peces pintados
de siete colores distintos.
Luego eructé mientras cantaba el himno.
Y a continuación olvidé la letra.
Regalé a las lauchas el libro de historia
y les dije: “buenprovecho”
mientras devoraban mentiras.
Yo,
entretanto,
paseaba por capítulos
que nunca nadie quiso escribir.
Al héroe de la foto
que preside la oficina
del que fabrica el pasado
le pinté una excrecencia
en su frente despejada
y también un bigotito.
El prócer no sonríe,
por lo tanto
no pude pintarle el diente.
Embarqué en mi bote de playa
con un pato por mascarón
y me interné en los arroyos
afluentes del piolín que desemboca en los tres mares.
Cacé una estrella con mi gomera tuerta,
pinté el más lindo granito de arena,
silbé la mágica cadencia
y regresé al monumento a la bandera
donde, con un gesto natural,
voví a cagarme.
Y ya van cuatro.