Veinte ene

Soy el esclavo que puso piedras
en el santuario de malparidos.
El habitante de las cunetas.
El que tuvo miedo
y no por eso dejó de odiarte.
El que pensaba en el sol
día tras día.
El que habitó los montes.
Soy el desnucado.
El que no pudo cantar.
El que no pudo volver.
Soy el hijo que robó tu iglesia.
La madre seca.
La que espera en vano.

Soy ateo
y no tiene sentido que te diga
que te pudras en el infierno.
Pero en algún lugar
te estás pudriendo eternamente.

A Videla

No dará vida a sus víctimas
la muerte del verdugo.
Pero alegra y tranquiliza
saber que hoy
sopla más limpio el aire.
Ahora lo que queda
de tus carnes asesinas
se pudrirá en el estiércol
de lo que fue tu vida.
La tierra sabrá absorber
la ponzoña que rezumas.
Y sólo los gusanos sentirán placer
al acercarse a tu inmunda pestilencia.

Las huellas

La vieja foto
del rostro que no envejece
vuelve cada tarde
a la mirada opaca.
El gesto escondido en la ceniza
olvidó la mano que encendiera el fuego.

Un sueño desanda el camino
donde palpitan los perfiles
y las sombras.
Son huesos que esperan
el dolor de la memoria,
el fin del anhelo que tortura,
la sepultura que los devuelva a nuestra vida.

Se van

En octubre del 2009 murió Santiago Mellibovsky.  Santiago y Matilde, su esposa, lucharon durante más de 30 años por encontrar a su hija Graciela, secuestrada desaparecida por la última dictadura argentina. Conocí a Santiago y Matilde cuando yo era chiquito y jugaba con su hijo Leo. Eran amigos de mis padres. Luego, como suele decirse, la vida nos llevó por distintos caminos y dejamos de vernos. Nos reencontramos aquí, en Barcelona, cuando Liliana y Leo llegaron de la Argentina integrando la tropa del duro exilio. Se ve que la vida no nos había llevado por caminos tan distintos…
Unos días después de la muerte de Santiago escribí este poema.

Se van

A Santiago Mellibovsky, in memoriam

Se van
cansados, con bronca,
las manos vacías,
la tristeza instalada en miradas que buscan
en los pozos del tiempo,
en la náusea, el aullido,
en los fondos del mar gris.

Se van
con la boca seca de gritar el nombre,
sólo con el recuerdo,
con la foto,
un cuaderno,
la sonrisa,
el guardapolvo,
el muñeco que despide la niñez.
Y a veces un poema.

Se van
rotos;
arrastran los pies por un camino amargo
sembrado de astillas,
de huellas perdidas,
rojas, borradas.
Arrastran los pies por la vejez deshecha,
por la esperanza,
por el eterno girar.

Se van.
Ya se van.
Se están yendo
y somos nosotros los tristes,
los solos, los mudos,
los que no sabemos,
los que no podemos decirles adiós.
Nos miramos sin vernos
en el hueco del ojo vacío,
en la mudez de la boca yerma,
en la limosna que no se da,
en el hijo que no nació,
en el mapa con fronteras de alambre de espino,
en el óxido del barco hundido,
en la paz que no viene
porque ya ha muerto en la espera atroz.