Cosas que imagino

La dorada aldaba
recorre en sueños
viejos zaguanes
donde la seducción mora
a resguardo del pecado.
El verano en la cancela
acaricia a los perros indolentes.
Golondrinas parloteando
ajenas al artista solitario.
Aguas vanamente cristalinas.
Grutas en maderas rancias.
Los espejos devuelven
figuras hermosas
y una música lejana
arrulla algazaras de gitanos,
Safo descansa
y Antínoo intuye su pasión.
El árbol enano intenta
rascar la guata de una nube.
Un beso se pierde
en el arrebato de lavandas.
Julio llega en el frío del sur
durmiéndose en la siesta del estío.
El romero destila magia
en la mano de aquella morena que sonríe
y acaricia la estrella fugaz.
Todo se junta en un tronco
seco por los años de la imagen.

Y yo sigo jugando al escondite.

Metafísica en el rostro

Su rostro inabordable
sólo deja presumir
que medita hondamente
en algo que insume el esfuerzo de pensar:
la crisis de valores
de esta época angustiante,
el grave conflicto entre dos generaciones,
la esencia del ser y la realidad que lo circunda,
la incoherencia del discurso del poder
o la grave molestia
que le provocan los zapatos nuevos.
Los dos.

Cúspide

Detrás de la seda
las señales y los guiños
avivan los deseos turbados.
La idea retoza entre los poros
al son del máximo momento
que se demora recorriendo el goce.

La yema apenas toca
algún pequeño monte,
una sola suavidad,
la demencia de algún hueco,
el fugitivo que no corre.

De un momento a otro
lo impensado estará sobre los pliegues
resbalando entre gotas,
adentrado en el camino
que descubre cada vez que lo transita.

La serpiente devora la crisálida
y la mariposa suspira
su último deseo.
El vuelo se ahoga en el viento
junto a la flor reciente
que estalla en peces de colores.

Mientras detrás de la seda
las señales y los guiños
abandonan la idea
cuando el máximo momento
entra al sueño del recuerdo.