Las palabras mordían rincones de leyendas y mientras tanto tú mirabas el poema. Ellas eran el dibujo de los bosques, el canto de pájaros nocturnos, la miel en colmenas yermas. Pero tú mirabas el poema cuando volaban las cenizas y las flores, los niños olvidaban el camino, había amantes tras los muros que el tiempo derrumbaba y pequeñas lagunas encerradas.
Entonces tu mirada era la voz que verso a verso murmuraba las palabras del poema.
Déjelo tal cual, señora. Ya está bien así. Siéntese, y mire el aletear de la calandria o las hojas que va perdiendo el roble o simplemente esa nada interminable que dibuja el horizonte. Y escriba, señora, escriba los versos que han brotado entre hilos, baldosas y cocidos. Y camine, señora, camine suavemente por la vera del río. Camine descalza y que el lodo acaricie sus pies. Convenza a sus vecinas de que se unan a su viaje y dejen todo como está que ya está bien, señoras. Y así, poco a poco sin la prisa que marcó sus vidas acérquense a mirar el otoño en un ocaso, la cola de la estrella fugaz y cómo pasan sin mandato los lentos minutos de los días.
Cuando el final acechaba en las veredas y los gritos herían los zaguanes aquella ciudad fue solo la imagen del patio de un colegio, de la tiza que dibuja la rayuela, de un tango que escapó del viejo fuelle. Allí quedó atrapada y allí se fue muriendo mientras otras memorias comenzaban a acunar al desterrado.
Nadie escribió las memorias de los grillos que agotan su canto después de los fuegos de la tarde. Solo hay cubos llenos de días, de versos, de lugares. Y de silencios de serpientes. Las letras no pronuncian el nombre de los hijos muertos en las guerras de otros. Un bicho dormita en las palabras que anuncian ciénagas y barros. Solo queda hablar de las magnolias cuando en verano muera su perfume.
Cuánto amor derrochado junto a las pequeñas formas oscuras y antiguas que pronto serán el dolor del fuego.
Sé que nunca podré luchar con la desazón de saberte muerta ni con los duendes que atrapan las aves nocturnas. Los dioses que maté anidan en las tripas de un colibrí.
En mis desvelos tras el telón oscuro dejo volar el sabor de los refranes, las palabras que hieren la hierba y la mano que un día derramó la sangre.
Terminó la sesión con su personal trainer a las 9 am. Hoy era uno de sus días más heavys ya que a las 9:10 tenía una charla por team con su coach y luego debía redactar un informe sobre la importancia del making-of en el work in progress que estaba realizando para relanzarse, un grupo de dream house a medio camino entre la new age y el eurobeat. Por suerte haría un break al mediodía gracias a un encuentro absolutamente friendly con su amiga del alma. La semana pasada habían dejado sin acabar una charla interesante sobre cómo la obligatoriedad del catalán en las escuelas ponía en riesgo la supervivencia de un idioma tan rico como el castellano.
Aquí el dolor de la ausencia, aquí el ave que atormenta su vuelo, aquí la distancia y aquí el olvido. La vida en otros, el furor al rayar el alba, el brote y casi la flor. Aquí el hambre, la barca y el grito. Aquí la dignidad y la derrota, aquí el temblor que amamos, aquí la palabra y aquí el polen. Musgo, hombres vencidos, la piel, la calle y el pasado. Aquí el latir del caballo, la carta que no viaja, un arroyo y el pez. Aquí la edad, aquí el tiempo y la miseria aquí el dolor y aquí el abismo. Aquí el lugar donde volvió el nacer. Aquí donde será la muerte.