Luz de esquina

Enciende el dolor del borracho que se ignora,
el crimen que cometió el ángel,
la mentira del pastor,
la carta que se llevó el viento,
la caminata del ciego
que mira indiferente
al testigo de su eterna oscuridad.

Toda una vida de besos y puñales
gira entorno a esa luz
que revive las leyendas
y susurra pecados de zaguanes.
Sólo con ella se oyen los pasos
de la amante furtiva y despechada,
del ladrón de bicicletas,
del obrero, del sereno, del trovero.
Es la luz de los adultos
o de los niños que se hicieron grandes.
Se extingue en las auroras
y está muerta en las mañanas.

Acúmulos

Albas rojas,
vinos que se beben los ocasos del otoño,
noches perdidas en mares ocultos,
retratos antiguos y mujeres buenas,
niños que corren por infinitas playas,
puertos desiertos que miramos partir
sin barcos, sin timones y sin remos,
besos que no llegaron,
pétalos encerrados entre las hojas de un libro,
versos que leímos en días tempranos,
caricias que ardieron en dedos inquietos.

El incesante recuento
se agranda día a día
junto a la huella de nuestros pasos.

El estío

Cada vez que acaba
el estío se lleva mi niñez
y las horas muertas de la siesta
no roban más sandías
en el huerto del gallego.
Día a día más precoces,
las sombras de la noche
oscurecen los recuerdos.
Luego crezco y muero
para volver a nacer en primavera.
Cada vez que acaba
el estío se lleva mi niñez,
las memorias se diluyen
y esa voz que me hablaba desde adentro
me suena más distante y más opaca.
Quién llegará de la mano de aquel niño?
Será
alguna hoja de roble,
una mirada que se apaga en los cristales
o un voto de amor
que la riada de los años dejó intacto.

No estás

Felipe Caridi fue secuestrado por la dictadura militar argentina en un bar del barrio de Almagro, en Buenos Aires, el 22 de noviembre de 1976. Tenía 32 años.
Fuimos amigos de Felipe Caridi desde que nos conocimos en la Facultad de Medicina. El Tano se hace presente cada día en nuestra memoria. Se aparece juntando caracoles, diciendo que era del taco de la bota, cocinando con lo que hubiera, hablando con nuestras madres de las plantas del balcón. Y sobre todo viviendo en la eterna solidaridad, en la coherencia militante que selló cada uno de los actos de su vida.

No estás

A Felipe Caridi

El torvo silencio que abunda
en las perdidas tardes
me anda como tus pasos en los míos.
Hay un otoño eterno
en el cetrino recuerdo de la historia muerta.
No sé qué hacer con la idea,
con la broma o la cocina.
No sé qué hacer
con el fruto que me da el cerezo,
con el libro o la distancia.
Tú no estás
y caminamos perdidos entre los robles truncos,
entre albahacas que no huelen,
entre adelfas mustias.

No tiene sentido amar.
Y el odiar no existe.
Sin embargo despertamos cada día
y amamos y odiamos en los minutos densos.
Y todo vuelve a parecer normal
como la senda que vaga el luto,
como el duelo que ronda en la mañana,
como la pena del que queda vivo.