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Reflejos
Reflejos
En el dormitorio vacío
la noche cerrará los espejos.
J.L.Borges
Cuando el fulgor abandona las ventanas
ellos se vacían de sonrisas cómplices,
de pestañas que equivocan el atajo,
de labios dispuestos,
de muecas, necios y madrastras.
Lentamente los deshabitamos
y entonces dejan de ser.
Entre las sombras
el inútil cristal resiste en un pasillo
donde la última luz se negó al reflejo.
La tiniebla conjura el hechizo
de tener lo que no está
y la ausencia del que mira
dibuja por un momento su existencia.
La noche
es el silencio de los espejos.
Al aclarar
la multitud espera
la llegada del cristal
y nadie percibe
el azogue de la quimera.
La penumbra devora
mil trozos de luz rota
y los hilos de azar
bailan danzas
de ánimas y espectros.
Entre árboles de agua
y amenazas de noche
los peces vuelan
hasta acariciar la calma
de un muelle de cielo gris.
Luego
se asombran
de ver el revés de un hombre
que recita soledades
en azoteas de ríos lentos
o acompaña el canto
del tronco preso
entre ondas de invierno
y flores que no alcanzaron a abrir.
Más allá de los torrentes
el temblor lucha con la roca
y aleja el cielo
del deseo de la reja.
El sol se empeña en ocultar
la testa de la tímida sonrisa
y poco a poco se alza el muro
que secuestra para siempre
la improbable libertad del condenado.
La arquitectura del caos
imprime su delirio en las paredes,
amenaza el equilibrio
de ventanas que contemplan
el vuelo de gaviotas,
de grillos,
de pasiones,
rompe los marcos, los dinteles,
los espacios, las antenas, las vigilias,
gasta los cielos,
agota las nubes
y funde las líneas
hasta dibujar el sueño en el que vive.
Allí trabajan las figuras que saben
lo que nosotros ignoramos.
Son el ser y lo volátil.
Sombras
y copias de las sombras
que huyen del vértigo
con artificios
que solo atrapan lo irreal.
Se miran
y no sabemos si se ven.
Imaginan las pinturas
de un personaje que camina
por la orilla de un mundo
al que finalmente llega la paz
y en el que en cualquier recodo del camino
asalta al caminante
el temor de no estar en el reflejo.
La noche vuelve a ser
el silencio de los espejos.
Ataúdes vacíos
Los ataúdes vacíos
hace años que esperan.
No hay color
en los rincones del mapa.
Donde antes clamaba el grito
ahora el silencio es el clamor.
El hombre junta arrugas
y bebe el vino rancio
en la esquina que abandonó el padre.
La ciudad sólo cobija ausencias.
El verbo del ojo
Reflejar el silencio,
transformarse en el espejo
del que sabe adentrarse,
corromper la belleza
con la luz,
pintar media tristeza,
desvanecerse en la pausa
y despertar en el suspiro,
atrapar la letra
y multiplicar la palabra,
acariciar la ilusión
de que nos mira.
Poemas del libro «Todos los febreros cada dieciocho» de Fer Gutiérrez
Noviembre
En el intento de alcanzar el cielo
el ocre cae
con la suavidad del que conoce el baile.
Las calles abrigan
un silencio de humo de castañas,
anuncian el final precoz de las tardes
y dibujan el rumor
del frío en las esquinas.
Hay un suave
balanceo de hojas
y las ramas muestran
sus pieles desnudas.
Melancólico y opaco
noviembre nos susurra que ha llegado.
Sonata
Suena el miedo
en la bondad de la nota
y entre las olas de un mar roto
ahoga escaleras, alacranes
y el dolor
que deja su huella en las maderas.
Quiero enfrentarme a la desidia del charco
pero la fiebre arrincona el movimiento.
Con las luces del circo
llega el espanto
y un tormento anclado en las cuerdas.
La angustia camina
sobre la marca que dejó en la piedra
y sabe que la noche
no alcanza para el silencio.
Sólo hay esbozos de una victoria.
Tu nombre
Como un navegante que sabe del naufragio
el tiempo lleva tu nombre.
Presa en los desvanes del silencio
lleva tu nombre la palabra.
Y lo llevan los pasos
que no puse en la balanza
cuando creí morir.
Y también el aire
que me asfixia y me da vida.
Lo encuentro en mis cajones,
en los papeles sin cuaderno,
en las fotos,
en mi empecinada tristeza
que cada día te trae
encerrada en otro invierno.
Lleva tu nombre
el quebranto de saber
que nunca leerás
el verso que escribí
aquella primavera.
Y en cada rincón
de las horas que me acosan
me espera la inclemencia de saber
que sólo tú, madre,
no llevas más tu nombre.
Deseos
Hubiera querido morir
en cada fado que su voz acariciaba,
pintar las huellas del ciervo
en la hoja del abedul,
vivir siempre mirando al mar
desde la barca del marinero ciego,
hacer sobre el agua el sendero
por donde se llega al margen,
oír en el chelo
la mirada de Bach.
Hubiera querido
elegir el lugar
y el momento de su muerte
pero apenas alcanzó a ver la llegada
del silencio que habita la sombra.
Campesino
El hombre empuña
un manojo de verbos vírgenes
cuando el campo llama
a la reja y el dental.
Mira con ojos de otoño
la gleba que perdura
desafiando a la gota.
Recuerda el refugio del árbol
y la muerte del potro
bajo el fulgor que acabó con la noche.
Anhela la palabra que diga
ese dolor en la imagen
de una mujer que lo amó.
El hombre espera
la ráfaga de silencio
que consuele al gesto
del último deseo sin cumplir.