Tú mirabas el poema

Las palabras mordían
rincones de leyendas
y mientras tanto
tú mirabas el poema.
Ellas eran el dibujo de los bosques,
el canto de pájaros nocturnos,
la miel en colmenas yermas.
Pero tú mirabas el poema
cuando volaban las cenizas y las flores,
los niños olvidaban el camino,
había amantes
tras los muros que el tiempo derrumbaba
y pequeñas lagunas encerradas.

Entonces tu mirada
era la voz que verso a verso
murmuraba las palabras del poema.

Arena sin mar

La sal acercó el estoque al letargo.
Mi llaga labrada esa noche
anidó en los robles del barco.
Caminé por arenas sin mar
que dejaron sangre
en cada latido de mis dedos.
Hundí mis pies en barros
de besos sin amantes.
Contemplé el gesto voraz,
la certeza del que ignora
y la imbecilidad orgullosa del ministro.
Si nunca supliqué
no fue por valentía:
siempre supe que sería en vano.

Barrio que anochece

A la tarde,
cuando el crepúsculo insinúa sus colores,
en las casas ya habita el dolor
que oculta la noche
en su garra de silencio.
El barrio olvida
el olor de los jazmines
y la pasión del caminante
muere en el lejano aire
que respiran los malvones.
Pese a todo habrá tiempo todavía
para el beso que selle la promesa.
La que nunca respetan los amantes.

Sola

Cierra los ojos
y en la sombra de su interior callado
sus pasos caminan la exquisita soledad.
Y vive esa otra vida,
suave,
sin amantes que traicionan,
sin pozos de pasión abrupta,
sin rencores añejados en cubas oxidadas,
sin resacas agrias,
sin sed ni sequía.
Habrá en su boca una sonrisa
cuando el café con su perfumado oscuro
complete el despertar en la cocina.
Y ella estará sola
leyendo el libro mudo.