Noviembre

En el intento de alcanzar el cielo
el ocre cae
con la suavidad del que conoce el baile.
Las calles abrigan
un silencio de humo de castañas,
anuncian el final precoz de las tardes
y dibujan el rumor
del frío en las esquinas.
Hay un suave
balanceo de hojas
y las ramas muestran
sus pieles desnudas.
Melancólico y opaco
noviembre nos susurra que ha llegado.

La tarde, la piedra y el río

Los años lo habían llenado de canas, arrugas y evidencias. En las tardes junto al río le daba por recordar. Amaba ese verbo como antes había amado al verbo amar. Se sentaba siempre en la misma piedra y comenzaba a contar peces. Cuando la cuenta se perdía entre el serpenteante ir y venir de los bichos y las aguas, él comenzaba a oír la llegada de los primeros recuerdos. Siempre venían de la mano de Analía quien en su otra mano llevaba el ramo de flores silvestres que él le regalara bajo el frío de los brotes del cerezo. La noche lo encontraba hablando con ella y los tres amigos que siempre tuvo. Sabía que después de la noche el amanecer le haría sufrir el dolor de estar solo, agotado ya de tanto recordar. Entonces llegaba el sueño y un par de horas después despertaba para esperar la tarde, la piedra y el río.

Oboe

La nota en la lágrima.
El tren se aleja
y hay un aire frío de otoño.
Dice el oboe
la tristeza que abrasa.
Y nosotros desnudos,
quietos,
desahuciados.
Ya no hay tren,
el aire insiste
y la nota aún es un recuerdo que perdura.
Todavía la oiremos cuando vuelva
esa primavera que quisimos
y alguien nos diga
que el tren ha regresado.

Cadena

El temor de que la gota vuelva
a horadarle los sesos
inquieta sus pasos
cuando entra a la cocina.
Pero el grifo ha enmudecido.
El aroma del café
no rompe el frío hedor
de los movimientos que se repiten.
La calle espera
con una paz falsa
en la que ya nadie cree.
Al salir ladrarán los perros
y no sabrá por qué.
Abre la puerta y piensa
que si roba una flor
del rosal de su vecina
una espina se clavará en su dedo
y ese será
el dulce e injusto castigo
en una mañana que se atardece.
Entonces mira su bata
y comprende que hoy
no es buen día para salir.
Mejor será volver a la cocina
a ver pasar la quietud
mientras toma su medicación.

Días azules

“Estos días azules y este sol de la infancia”
A. Machado

Los veré crecer entre las viejas sábanas
que subsistieron después de las mudanzas.
Habrá también un camión de hojalata.
Un papel olvidado en el bolsillo.
Un pequeño trompo de madera.

Días azules, fríos,
con risas estampadas
en cada pared blanca.
Ahora se ocultan
del sol que los hizo brillar
y todo se vuelve oscuro.

Déjalo ya.
No dibujes más recuerdos.
Dibujemos monstruos.
O animales de un libro.
O ardillas que las urracas persiguen.
O besos de mañana.
Dibujemos lo que tal vez nos acompañe:
aquel sueño de ayer que acabó sin dueño.

El pájaro y la tumba

El pájaro picotea las semillas
que cayeron ayer sobre mi tumba.
Lo conozco. Lo he visto bailar
saltando entre las ramas del abeto
una danza que estrujaba la vida con las alas.
Temí que el viento lo lanzara
por el sueño de un barranco.

Él ahora picotea las semillas
que cayeron ayer sobre mi tumba.
Agotó la danza o la hizo triste
y echó a volar en busca del calor que le negaba
el lugar que más amó.
No sabía del apego a otros paisajes,
a cualquier lugar
donde no anidara el frío de la muerte.

Y ahora picotea distraído
sin saber que las semillas
cayeron ayer sobre mi tumba.

Vamos

Frío en la plaza.
Cuchillo oxidado
en la piel blanca.
Hambre de muchos
consuelo de ricos.
Desamor.
Dolor de sombrero.
Miedo al mañana muerto.
Salpicadura del charco.
Paraguas que da vuelta un viento.
Árbol seco.
Inundación.
Desierto.

Y mientras tanto vamos andando.

A veces el viento

En la muerte de Juan Gelman

A veces el viento
llega hueco.
Sin luna, ni arrebato, ni silbidos,
ni el alivio del recuerdo.
La luz se estanca
en la pesadez del ojo.
En la cabeza se agolpan
las palabras sueltas.
Los pasos se arrastran
con un gesto absurdo.

Es entonces cuando el frío
nos deja inertes
en el rincón de la muerte de otro.

Granado invernal

Desnudo en la gélida alborada
el esqueleto afila
las puntas de sus ramas.
Queda un fruto partido
colgando de su altura
con el alma roja ausente.
Me siento a su lado
y acecho el calor del brote.
Pero la tarde enfría mi prisa
y las sombras llegan antes que su savia.
Mañana, si el alba se anticipa,
la yema de una rama
será en la espera una certeza.