Poderes

Contar la historia
de la ruina que habitó la roca.
Comprender el grito del caminante
y el motivo del soldado
que volvió de Argelia.
Oír la hoja
cuando antes de caer
aborrece al otoño.
Leer el polen
en el temblor del pétalo.
Descifrar la nostalgia de la carta
que naufragó en la noche del poeta.
Paladear el silencio de la duna.
Silbar la melodía del marino cautivo
en el puerto de los barcos
amarrados a los verbos.
Curvar el tronco del roble
con la mirada en la cuaderna.
Salir a la tarde muda
y respirar los cantos
de una infancia que dijo ser feliz.
Morder los labios
que sólo hablaron
la palabra del hechizo.
Volver a agonizar en el amor adolescente
para morir en la lumbre
del mar que nos llama
y nos ahoga con la sed del beduino.
Morir. Pese a todo morir.
Morir en cada hora
que acaba su circuito
las muertes que nos hacen inmortales
y nos nacen de nuevo
en las piedras de la esquina mancillada.

Rutina

Por la tarde,
al volver a casa,
frota con esmero sus zapatos
en la alfombrilla de la entrada de su hogar.
Cuelga su chaqueta y su gorra en el perchero
y repite la diligente e inútil rutina
de lavar sus manos bajo un chorro de agua
que nunca alcanza a blanquear sus estigmas.
(Bajo la piel
lleva incrustados
los gritos del último suplicio.)
Luego besa a su consorte,
mira al bebé
que robó de las entrañas
de una mujer que ahora
sólo existe en la huella asesinada
y se sienta a mirar
las noticias en la tele
con un blend en la mano.