Escribir la tristeza

Escribir la tristeza
con la palabra que perdió la voz
cuando el barro se hizo grieta.
Escribirla sin temor
a que queme la gota
que el tiempo hará cristal.
Y volverla a escribir
en el olor de la higuera
o en la nota del chelo
o en la foto del barco
que trajo al exiliado.
Escribir la tristeza
sin preguntar por qué
ni anunciar la coda,
sin acercar la mano
a la llama amarga.
Escribirla con la pasión del amante,
con la amargura que roza el odio.
Herirla en la letra
y que la letra arda
y sea furia
o vacío
o amor.

También yo

También yo entraré en el recuerdo
sin tiempo para entender tu viaje.
Será lluvia la caricia del otoño
en el mes que decía tu primavera.
Cavaba un hueco la esperanza,
el árbol
y el aire de la flor.
Fue antes de esa estepa
que arrasó las hojas y el perfume.
Ahora ya no hay tiempo
para entender tu viaje.
Tampoco el mío.
Sólo queda esperar la mano
que abra las puertas del recuerdo oscuro.

Bandera

El prócer se dispone a mancillar la belleza de los colores inventando una bandera. También mancillará la inocencia del viento cuando la enarbole en esa plaza que cree suya. Mancillará la sangre que derramó el soldado cuando envuelva su cuerpo en ese trapo pintado. Y así, paso a paso irá construyendo el relato.

El poema

Tendió el poema al claro de una luna de agosto. La piel de la tierra aún tenía el calor de la tarde y el poema se estiró sabiendo de su latir cuando las estrofas tapizaban la cama triste, la de la lágrima y el suspiro, la del tiempo que nunca le devolvió nada. Y así, con los versos desgajados el jilguero dejó el canto en la rama y fue muriendo junto a aquella voz que lo miraba, sorprendido y sin saber el curso de las respuestas.

Tú mirabas el poema

Las palabras mordían
rincones de leyendas
y mientras tanto
tú mirabas el poema.
Ellas eran el dibujo de los bosques,
el canto de pájaros nocturnos,
la miel en colmenas yermas.
Pero tú mirabas el poema
cuando volaban las cenizas y las flores,
los niños olvidaban el camino,
había amantes
tras los muros que el tiempo derrumbaba
y pequeñas lagunas encerradas.

Entonces tu mirada
era la voz que verso a verso
murmuraba las palabras del poema.

Rebelión

Déjelo tal cual,
señora.
Ya está bien así.
Siéntese,
y mire el aletear de la calandria
o las hojas que va perdiendo el roble
o simplemente esa nada interminable
que dibuja el horizonte.
Y escriba,
señora,
escriba los versos que han brotado
entre hilos, baldosas y cocidos.
Y camine,
señora,
camine suavemente por la vera del río.
Camine descalza y que el lodo
acaricie sus pies.
Convenza a sus vecinas
de que se unan a su viaje
y dejen todo como está
que ya está bien,
señoras.
Y así, poco a poco
sin la prisa que marcó sus vidas
acérquense a mirar
el otoño en un ocaso,
la cola de la estrella fugaz
y cómo pasan sin mandato
los lentos minutos de los días.

Aquella ciudad

Cuando el final
acechaba en las veredas
y los gritos herían los zaguanes
aquella ciudad
fue solo la imagen del patio de un colegio,
de la tiza que dibuja la rayuela,
de un tango que escapó del viejo fuelle.
Allí quedó atrapada
y allí se fue muriendo
mientras otras memorias
comenzaban a acunar al desterrado.

Letras, silencios y palabras

Nadie escribió las memorias
de los grillos que agotan su canto
después de los fuegos de la tarde.
Solo hay cubos llenos de días,
de versos, de lugares.
Y de silencios de serpientes.
Las letras no pronuncian
el nombre de los hijos muertos
en las guerras de otros.
Un bicho dormita en las palabras
que anuncian ciénagas y barros.
Solo queda hablar de las magnolias
cuando en verano muera su perfume.