La hora ocre

En otoño es la hora en que la tarde comienza a hacerse ocre. Él se sienta en el banco que descansa bajo el plátano grande. La plaza lo ve llegar con el termo, el mate y los bizcochitos que compra en la panadería más vieja del barrio, la de los muebles modernistas. Le gusta ver jugar a los niños en los columpios cuando salen del colegio. Ellos suben y bajan y él los mira mientras teje recuerdos. Como en los sueños las imágenes se aceleran, cambian de color y él es uno de esos niños cuando eran pibes con guardapolvos blancos.

La mamá de una niña que se llama Sara casi siempre se sienta en silencio a su lado. Es una señora que parece estar más triste que él. Y más sola. Una tarde ella susurra: «Mi compañera era uruguaya y también tomaba mate». Él le ceba uno y ella dibuja una pequeña sonrisa en su labio inferior.

Desde aquel día él comienza a esperar la hora ocre de la tarde no sólo para encontrarse con sus recuerdos.

Ella se sienta a su lado dibujando la pequeña sonrisa y coge el mate que él le ceba. Sara sale del colegio, los saluda y se va a los columpios. Hablan poco y cada vez con menos pena. Hasta los tiempos se acomodan bien: el mate comienza a aguarse y estar frío cuando llega el momento de volver a casa.

Meses después ambos piensan que la felicidad no es más que las pequeñas tristezas que se esfuman.

 

Pinocho el astuto de Gianni Rodari

Subo un cuento del gran Gianni Rodari de su libro «20 cuentos para jugar». Rodari escribió tres posibles finales para cada uno de los 20 cuentos. El lector elije el que más le gusta. O se inventa un cuarto final. «Pinocho el astuto» habla de un Pinocho bastante especial para niños de 7 o más años. Y para adultos que lo quieran oír.

Confinamiento

Este es un momento extraño y para muchos muy difícil. Se han roto montones de normas cotidianas y tenemos que aprender a vivir más en soledad. Miles de parejas con hijos hacen lo posible y lo imposible por intentar seguir trabajando y además sustituir las horas escolares con actividades lúdicas y educativas que hagan menos traumático el parón en la enseñanza. A los abuelos se nos hace difícil no abrazar a los nietos y a los hijos. Y no poder echarles una mano. Hemos tenido que aprender a ayudarnos casi sin vernos.
La imaginación se dispara y surgen actividades para hacer en grupo en el mundo virtual. Y eso funciona. Cada uno se exprime para ver qué puede aportar que aligere el confinamiento de los demás, sobre todo de los niños. Yo aportaré estos días lecturas de cuentos y poemas para los niños.

Comienzo con un cuento de María Elena Walsh que espero que los niños de cuatro y más años puedan disfrutar.

 

18.

El barro que se forma
en las calles cuando llueve
resulta de la mezcla
de tierra y agua.
Puede servir para hacer un botijo
en el que el agua cristalina
entona un alegre canto
cuando lo inclinamos
para que el hilo líquido
nos quite la sed.
También sirve para que los niños descalzos
caminen sobre él.
Entonces el lodo
inunda sus pies.
También sus manos
y su cara
y la ropa.
Toda la ropa.
Hasta que el niño se confunde
con la calle del campo
con el alambre del campo
con la sed del campo
con el hambre del campo
con el agua que se bebe en el campo.
Y otros niños lo pisan
y los adultos lo pisan
hasta que deja de ser niño.
Y no será jamás vasija.
Ni muñeco ni cerámica.
Pero no dejará nunca de ser barro.

La rata muerta

Con un ojo seco
la rata muerta mira el paso de los viandantes.
La boca alberga el gesto inútil
de un colmillo que amenaza al vacío.
Las abuelas tapan la cara de los niños,
el que pasea al perro tuerce su camino,
la señora del vuitton pierde compostura
mientras la rata, insensible,
sigue allí esperando
al turno de crisis que limpie la ciudad.