Inmigrantes

Vuelven del trabajo,
las manos callosas,
el bolso vacío,
los rostros cansados.
El idioma de su tierra
suena lejano en la voz dolida
que tal vez recuerde
travesuras, caricias, cuadernos, penurias.
Añoran el hijo, el hogar, el fuego,
añoran aromas, la fruta, canciones
y esa voz
que quién sabe cómo
les diría “te amo”.
De golpe
el tono se eleva,
las miradas se hacen hondas
y detrás de casi un grito
ríen.
Los ojos rubios se asustan,
arrastran la vista
hacia otro lado,
disimulan la curiosidad del miedo.
Y ellos sólo están riendo.

Ciudad

Aquel niño miraba tus recodos,
las grietas de tus calles, las maderas,
las sombras, las aristas, las severas
multitudes que cambian en sus modos.

Con fondos de adoquines y veredas
en las rúas balbuceaban tus tranvias,
esos trenes amputados, y esas vías
que alojaban petardos y monedas.

Ahora algo pasó. Cruzo senderos
sin hojas, sin otoños y sin huellas.
Intento recordar días enteros

y entonces tengo miedo que en aquellas
figuras de recuerdos callejeros
aquieten sus reflejos las estrellas.

Jornada

El sabor del cristal roto.
Nubes. La luz de una estrella
o un faro en el mar. Noche.
Amanece un frío rojo
y el resplandor hiere el aire.
Luego la mansa siesta.
Un tren pita a nadie.
Un murmullo en la mezquita.
Olor a alcohol,
olor a flor de naranjo.
La bicicleta herida tiembla en la tarde
cuando el gato se hace sombra y cruza.
El sol nocturno cambia de sitio
y todo vuelve a circular distinto,
distante como el ozono que engendró la lluvia.
El pábilo quemó la ingenuidad.
Oigo un ruido a dolor sordo.
La montaña se fuga en las tinieblas
tras el amor de la amante oscura.
Entro al túnel ahondado en la leyenda
e invento la luz de la otra orilla.

Rutina

Por la tarde,
al volver a casa,
frota con esmero sus zapatos
en la alfombrilla de la entrada de su hogar.
Cuelga su chaqueta y su gorra en el perchero
y repite la diligente e inútil rutina
de lavar sus manos bajo un chorro de agua
que nunca alcanza a blanquear sus estigmas.
(Bajo la piel
lleva incrustados
los gritos del último suplicio.)
Luego besa a su consorte,
mira al bebé
que robó de las entrañas
de una mujer que ahora
sólo existe en la huella asesinada
y se sienta a mirar
las noticias en la tele
con un blend en la mano.

Noche

Paso a paso y sin saber de tu presencia
llegaremos a una esquina que no existe.
Allí será tu imagen, allí la niebla,
allí tu voz me llegará como un susurro.

Te vas, volvés y siempre así:
velos, tinieblas, temores y deseos.
Etérea? quizás. Quizás no existas.
Pero sólo lo que sos será lo cierto.

Qué balance podré darte de mis cuentas?
Cuáles besos pondré y en qué platillo?
Qué obra o qué pasión o qué misterio?
La nada o el vaho o una distancia
o tal vez la certidumbre del amar,
un pasaje de ida sola,
la caricia de unos años
y la lágrima final,
la de la noche.

La tristeza no nubla la hermosura

La tristeza no nubla la hermosura
de esos dos rostros cansados.
De pie en el descanso del vagón
el silencio susurra un drama en sus oídos.
Sobran la lágrima y el grito.
El dolor, como un gusano frío,
horada la blancura con un trépano lento.
Miran el túnel
y esperan la estación que nunca llega.
Sus palabras son la mirada suave,
casi en paz con la angustia
que las funde en el abrazo de la queja muda.

Mi sombra es un intruso que comparte su quebranto.