Bandera

El prócer se dispone a mancillar la belleza de los colores inventando una bandera. También mancillará la inocencia del viento cuando la enarbole en esa plaza que cree suya. Mancillará la sangre que derramó el soldado cuando envuelva su cuerpo en ese trapo pintado. Y así, paso a paso irá construyendo el relato.

Autobiografías

Escribo autobiografías. No me va mal pero a veces pienso que no es un buen trabajo para alguien que en su adolescencia tuvo un par de crisis graves de identidad con episodios de despersonalización. Esporádicamente se me repiten. No igual, más suaves. Pero ahí están. Casualmente ninguno de mis clientes padeció de nada similar o no quiso reconocerlo con lo cual en ninguna de sus autobiografías aparece este hecho tan importante en mi vida.

Cada una de las autobiografías no basta para resumir mi existencia pero reunidas todas ellas pintan un panorama bastante detallado de lo que mi vida fue o es. Nunca descarto a ningún cliente. Los tengo de todo tipo. En cierta ocasión tuve que escribir la autobiografía de un famoso escritor que ya había muerto. Fue un encargo de la editorial que lo publicó como obra póstuma. Y tan póstuma.

El trabajo me resulta entretenido y gano bien. Aunque a veces es algo complicado. No tanto por las características del cliente como por mi necesaria disposición a mimetizarme. No siempre estoy preparado para hacerlo y si no asumo la personalidad del cliente el resultado no es creíble y no quedo conforme con el trabajo. Supongo que el cliente tampoco aunque esto me importa menos.

La autobiografía que más me costó fue la de una arquitecta transexual que cuando tenía 48 años decidió asumir que era una mujer y no un hombre como su dni decía. Fue un trabajo duro escribir sobre toda la primera parte de su vida. Duro y angustiante. Tuve que luchar contra la terrible sensación de no ser quien decían que yo era. Mis relaciones cambiaron. Me contactaba mal con mis amigas y mis amigos. Sentía que nadie podía acompañarme. Finalmente me recluí en casa optando por no salir hasta que acabara la autobiografía de la arquitecta. Todo cambió cuando acabé el capítulo en el que ella asume su condición de mujer y como mujer comienza a vivir su vida. Me sentí totalmente aliviado. Desapareció la angustia. Todo me fue más fácil. Noté que mis amigas y amigos estaban más cómodos conmigo. No parecieron alterarse por mis labios pintados y mis medias de encaje.

Pinocho el astuto de Gianni Rodari

Subo un cuento del gran Gianni Rodari de su libro «20 cuentos para jugar». Rodari escribió tres posibles finales para cada uno de los 20 cuentos. El lector elije el que más le gusta. O se inventa un cuarto final. «Pinocho el astuto» habla de un Pinocho bastante especial para niños de 7 o más años. Y para adultos que lo quieran oír.

Navegante

Embarcarme en el ocaso
para gozar del renacer junto al timón.
Ser niño y jugar con los cabos y las velas.
Mirar la tempestad desde el vencido ancla.
Refugiarme en el camastro del relato.
Navegar hasta el adiós de los paíños
y allí derivar añorando la hoja del almendro.
Y así seguir
sin llegar nunca a la costa que soñamos.

La última mirada

Si hubo una última mirada
cubrió tus ojos con el recuerdo
de las horas del domingo,
con el olor de los pinos en la arena
y con el canto de voces
que hacían la historia
en vorágines de libros y combates.
Si hubo una última mirada
viste a papá sonriendo en la penumbra
como sólo lo hacen algunos moribundos,
susurrándote su amor entre los años.
Si hubo una última mirada
en ella estaba Pablo
con su asombro, su miedo y su tristeza.

Yo sentí que el relato volvía a desgranarse
al no ver tus pasos hacia la mancha oscura.
Pero ojalá oyeras de mis labios secos
las notas lejanas de esa canción en idish
en la que sería tu última mirada.

El folio

Mario acaba el relato preguntándose si alguna vez lo comenzó. La obra transmite tanta tristeza como sólo un excelente escritor podría expresar. El drama pugna por escapar del papel como si su intensidad no cupiera en él. Los personajes compiten por un protagonismo que llega tardíamente aumentando poco a poco una tensión que parece respirarse y que no se acaba con la perfecta resolución del conflicto planteado.
En su despacho se han ido amontonando botellas vacías de agua mineral, la que consume desde que dejó de beber, envoltorios de regaliz, el que consume desde que dejó de fumar y ese olor a nada en la cocina que se acumula desde que lo dejó su mujer. El desorden en su lugar de trabajo refleja el tesón que Mario ha puesto en su tarea. Han sido años completando folios con miles de palabras, buscando sinónimos, ritmo en las frases, giros idiomáticos, trabajando hora tras hora sentado frente a su escritorio llenando la papelera de hojas arrugadas, combatiendo el sueño y la desesperación. Ahora finalmente sabe que ha completado su obra magna, la que lo consagrará como escritor.
Mario respira profundamente, sonríe y contempla una vez más el folio, lo dobla cuidadosamente, lo ensobra, anota la dirección del concurso y pega el sello.
En el sobre  la inmaculada hoja en blanco viajará triunfal hacia el premio.