Estos cuatro poemas tienen algo en común: de alguna manera hablan sobre el misterio de la palabra.
Estos cuatro poemas tienen algo en común: de alguna manera hablan sobre el misterio de la palabra.
El síntoma es no recordar
cuándo entró la locura.
O buscar pájaros en el dibujo
del vientre embarazado.
O silbar en el ocaso
la melodía del cuadro del Bosco.
O repetir el viaje
del globo rojo.
O gritar a coro con los peces
el nombre de la amada.
No recordar
pero haber sabido que entraría fácilmente
pues la puerta
nunca estuvo muy cerrada.
Lejos la voz se apaga
y alguien pisa el camino de la flor.
El grito abreva en la distancia
mientras el silencio vuelve.
Los pasos en la arena
aceleran el reloj
del hombre que cuelga su mirada
en el trapo del mástil putrefacto.
Cuando el lago caiga en la llovizna
el pez boqueará
contra la puerta sin marco.
Con un fervor de poetas
dice que construye la pared
con ladrillos que son huellas
de un pasado que no cree recordar.
Con una ansiedad de adolescentes
recorre olores y tactos
y no cierra
la puerta de una dicha
que a veces entra ciega
y otras sale sin mirar.
Con un temor de ancianos
camina ideas en el lodo.
El fervor fatiga la espera,
el marco muere tras el ladrillo
y la huella sólo se deja pensar.
Abrir esa puerta
que da paso a la sombra
mientras se tejen los dolores
en la apenas luz del otoño.
Imposible escribir el bramido
del lobizón que lucha contra su piel
o el roce de sedas perfumadas
cuando el olvido cubre las letras.
Mañana sentiremos el aroma
del pan recién horneado
pese a la cizaña
que crece a la vera del trigo.
Meses antes, tal vez años
algo se dice en el bar,
en la cama
o en la pared.
Una sonrisa pinta la frase
que se hamaca
como un pétalo en la brisa,
un pétalo amarillo
ya agrio cuando ha caído
meses después, tal vez años.
Para entonces la puerta está cerrada
y hasta la soledad es falsa.
Las palabras que sonaron bellas
caminan ahora cubiertas de sangre.