La hora ocre

En otoño es la hora en que la tarde comienza a hacerse ocre. Él se sienta en el banco que descansa bajo el plátano grande. La plaza lo ve llegar con el termo, el mate y los bizcochitos que compra en la panadería más vieja del barrio, la de los muebles modernistas. Le gusta ver jugar a los niños en los columpios cuando salen del colegio. Ellos suben y bajan y él los mira mientras teje recuerdos. Como en los sueños las imágenes se aceleran, cambian de color y él es uno de esos niños cuando eran pibes con guardapolvos blancos.

La mamá de una niña que se llama Sara casi siempre se sienta en silencio a su lado. Es una señora que parece estar más triste que él. Y más sola. Una tarde ella susurra: «Mi compañera era uruguaya y también tomaba mate». Él le ceba uno y ella dibuja una pequeña sonrisa en su labio inferior.

Desde aquel día él comienza a esperar la hora ocre de la tarde no sólo para encontrarse con sus recuerdos.

Ella se sienta a su lado dibujando la pequeña sonrisa y coge el mate que él le ceba. Sara sale del colegio, los saluda y se va a los columpios. Hablan poco y cada vez con menos pena. Hasta los tiempos se acomodan bien: el mate comienza a aguarse y estar frío cuando llega el momento de volver a casa.

Meses después ambos piensan que la felicidad no es más que las pequeñas tristezas que se esfuman.

 

Noviembre

En el intento de alcanzar el cielo
el ocre cae
con la suavidad del que conoce el baile.
Las calles abrigan
un silencio de humo de castañas,
anuncian el final precoz de las tardes
y dibujan el rumor
del frío en las esquinas.
Hay un suave
balanceo de hojas
y las ramas muestran
sus pieles desnudas.
Melancólico y opaco
noviembre nos susurra que ha llegado.

Tu soledad

A mamá

El temor de extrañar por rutina
me asalta en los rincones
de los recuerdos que navegan.
Bajo la lluvia porteña
tu ausencia es un gigante
que devora costaneras.
No sé para qué visito
los lugares de tu historia
si yacen inundados de silencio.
Comparezco ante jueces que murieron
después de olvidar las leyes
mientras vos las exhumabas
cuando la demencia mordía tus vigilias.
Demasiada soledad
para tu melancolía.

El cristal

La lluvia cala
en la simiente de una imagen.
Tras la gota
el cristal juega a separar los pensamientos.
Tras el cristal
un niño mira el jardín de la novia muerta.
La tarde se tiñe
del olor que entristece la mirada
suspendida en el beso del ligustro.
También duele el canto
que la lluvia lee en el atril de los tejados.
La danza de las gotas
atrapa al niño en la ventana
donde dibuja un sendero
que cambia con la agilidad de los imanes.
Siempre es otoño
si el orvallo pinta los momentos.
Cuando la noche comience su camino
el farol que tiembla en los reflejos
abrirá un sueño de adoquines.