Escribir la tristeza

Escribir la tristeza
con la palabra que perdió la voz
cuando el barro se hizo grieta.
Escribirla sin temor
a que queme la gota
que el tiempo hará cristal.
Y volverla a escribir
en el olor de la higuera
o en la nota del chelo
o en la foto del barco
que trajo al exiliado.
Escribir la tristeza
sin preguntar por qué
ni anunciar la coda,
sin acercar la mano
a la llama amarga.
Escribirla con la pasión del amante,
con la amargura que roza el odio.
Herirla en la letra
y que la letra arda
y sea furia
o vacío
o amor.

Arena sin mar

La sal acercó el estoque al letargo.
Mi llaga labrada esa noche
anidó en los robles del barco.
Caminé por arenas sin mar
que dejaron sangre
en cada latido de mis dedos.
Hundí mis pies en barros
de besos sin amantes.
Contemplé el gesto voraz,
la certeza del que ignora
y la imbecilidad orgullosa del ministro.
Si nunca supliqué
no fue por valentía:
siempre supe que sería en vano.

Ramblas

P1030297retoc

…la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca…
Federico García Lorca

Te quiero así como eras
esa mañana de octubre.
Estábamos todos
y el sol empujaba las hojas
tras los plataneros.
Te quiero así como eras
aquella mañana de junio.
El barco nos dejó desamparados
y de una ojeada nos hiciste tuyos.
Te quiero así,
cuando abrigas,
cuando cantas,
cuando las estatuas
hacen sombra en tus aceras
y las flores no alcanzan
a definir tus horas.
Y quiero quererte en el despertar
de la pausa horrible
para que mis pasos vuelvan
a acariciar tus piedras
y seas otra vez
el paseo que amaba Federico.

 

Origen

No sé si fue
en el momento de la sangre
el grito el dolor y la sonrisa
o el día que el barco
dejó plantada a la parca
en la mancha de aceite de una piedra.
También pudo haber sido
a orillas del arroyo
junto a la voz de tu silencio
cuando el temblor de la palabra
ignoraba el viaje infinito del abrazo.
O cuando asomaron las gemas.
O las gemas de las gemas.
Tal vez hayan sido muchas
las veces que nací
tantas como muertes he tenido
menos una.

La llegada

El barco llega al zaguán
de la puerta cancel cerrada.
La vereda acoge
tres valijas de ayeres
y la engañosa entereza
que nos prestan los objetos.

Luego anuncia, arrogante,
que se lleva en su bodega
un pedazo de retorno.
Los ojos del exiliado
miran con tristeza de abandono.
La ciudad vacía
pone en marcha su reloj.