Como un navegante que sabe del naufragio
el tiempo lleva tu nombre.
Presa en los desvanes del silencio
lleva tu nombre la palabra.
Y lo llevan los pasos
que no puse en la balanza
cuando creí morir.
Y también el aire
que me asfixia y me da vida.
Lo encuentro en mis cajones,
en los papeles sin cuaderno,
en las fotos,
en mi empecinada tristeza
que cada día te trae
encerrada en otro invierno.
Lleva tu nombre
el quebranto de saber
que nunca leerás
el verso que escribí
aquella primavera.
Y en cada rincón
de las horas que me acosan
me espera la inclemencia de saber
que sólo tú, madre,
no llevas más tu nombre.
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Donde muere la distancia
Donde muere la distancia
la quietud enfurece a la roca
y el verbo es un sueño de sal
en el labio herido.
La danza acaricia el aire
en la línea inalcanzable.
Entonces veo la gota en el mar
y el gusano percibe que su muerte
será cuando llegue a la hermosura.
Oboe
La nota en la lágrima.
El tren se aleja
y hay un aire frío de otoño.
Dice el oboe
la tristeza que abrasa.
Y nosotros desnudos,
quietos,
desahuciados.
Ya no hay tren,
el aire insiste
y la nota aún es un recuerdo que perdura.
Todavía la oiremos cuando vuelva
esa primavera que quisimos
y alguien nos diga
que el tren ha regresado.
Libertad
Decir muro y caer
la espera del viejo,
eslabón tras eslabón,
en la orfandad del otoño.
Decir tiempo y nacer
la víscera al abrigo
del nido. Y el pan
cuando sangra en el hueco.
Decir aire y volar
la pluma entre la herrumbre
y la reja que el canto
del jilguero mata.
Decir grito y dejar
la herida abierta
al verso oculto
en la boca de hambre.
Deseo
Escribir la llama,
el beso, la llave.
Deletrear el golpe y el diente.
Caminar el sueño,
la sílaba, el verso.
Dibujar el aire
hasta que el músculo sea
el inquieto capitán de la sonrisa
y respire la república
como el marinero que abandona la tormenta.