Esencia

Aquel que entró a la noche
porque vivía
en la luz de las escenas.
El francés que mataba
o que escribía el verso en la pared
o que murió diciendo
que algún día moriría de amor.
O ellas,
las grandes fabricantes de finales
que se quedaron pequeños
frente al ardor de lo vivido.

Siempre escondido
bajo cientos de pisadas,
aroma que huye del frasco,
violinista de una esquina
que el tiempo quiere borrar,
sonrisa del ciego,
mendiga lela,
farol tibio.

Y en un rincón del poema
hora tras hora
alguien busca el sentido
al orden caprichoso de las letras.
Y en su desvelo ignora
que la palabra es él.

Luz de esquina

Enciende el dolor del borracho que se ignora,
el crimen que cometió el ángel,
la mentira del pastor,
la carta que se llevó el viento,
la caminata del ciego
que mira indiferente
al testigo de su eterna oscuridad.

Toda una vida de besos y puñales
gira entorno a esa luz
que revive las leyendas
y susurra pecados de zaguanes.
Sólo con ella se oyen los pasos
de la amante furtiva y despechada,
del ladrón de bicicletas,
del obrero, del sereno, del trovero.
Es la luz de los adultos
o de los niños que se hicieron grandes.
Se extingue en las auroras
y está muerta en las mañanas.