La tarde, la piedra y el río

Los años lo habían llenado de canas, arrugas y evidencias. En las tardes junto al río le daba por recordar. Amaba ese verbo como antes había amado al verbo amar. Se sentaba siempre en la misma piedra y comenzaba a contar peces. Cuando la cuenta se perdía entre el serpenteante ir y venir de los bichos y las aguas, él comenzaba a oír la llegada de los primeros recuerdos. Siempre venían de la mano de Analía quien en su otra mano llevaba el ramo de flores silvestres que él le regalara bajo el frío de los brotes del cerezo. La noche lo encontraba hablando con ella y los tres amigos que siempre tuvo. Sabía que después de la noche el amanecer le haría sufrir el dolor de estar solo, agotado ya de tanto recordar. Entonces llegaba el sueño y un par de horas después despertaba para esperar la tarde, la piedra y el río.

El poder de la infancia

Era un arroyo de llano:
turbio, lento.
En sus aguas
navegaban sólo espigas.
Nos acercábamos
cruzando un páramo sin sombra,
sin camino,
sin la flor
de siempre en primavera
hasta llegar a su orilla
dibujada por el fango.
Todo en él era pobre
y sin embargo
la niñez lo convertía
en un río de los libros de Salgari.

Ramblas

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…la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca…
Federico García Lorca

Te quiero así como eras
esa mañana de octubre.
Estábamos todos
y el sol empujaba las hojas
tras los plataneros.
Te quiero así como eras
aquella mañana de junio.
El barco nos dejó desamparados
y de una ojeada nos hiciste tuyos.
Te quiero así,
cuando abrigas,
cuando cantas,
cuando las estatuas
hacen sombra en tus aceras
y las flores no alcanzan
a definir tus horas.
Y quiero quererte en el despertar
de la pausa horrible
para que mis pasos vuelvan
a acariciar tus piedras
y seas otra vez
el paseo que amaba Federico.