Déjelo tal cual,
señora.
Ya está bien así.
Siéntese,
y mire el aletear de la calandria
o las hojas que va perdiendo el roble
o simplemente esa nada interminable
que dibuja el horizonte.
Y escriba,
señora,
escriba los versos que han brotado
entre hilos, baldosas y cocidos.
Y camine,
señora,
camine suavemente por la vera del río.
Camine descalza y que el lodo
acaricie sus pies.
Convenza a sus vecinas
de que se unan a su viaje
y dejen todo como está
que ya está bien,
señoras.
Y así, poco a poco
sin la prisa que marcó sus vidas
acérquense a mirar
el otoño en un ocaso,
la cola de la estrella fugaz
y cómo pasan sin mandato
los lentos minutos de los días.
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Letras, silencios y palabras
Nadie escribió las memorias
de los grillos que agotan su canto
después de los fuegos de la tarde.
Solo hay cubos llenos de días,
de versos, de lugares.
Y de silencios de serpientes.
Las letras no pronuncian
el nombre de los hijos muertos
en las guerras de otros.
Un bicho dormita en las palabras
que anuncian ciénagas y barros.
Solo queda hablar de las magnolias
cuando en verano muera su perfume.
La vecina coja
Saludo a la anciana vecina coja.
Sé que siempre será bella.
El mango del bastón
se encoge a cada paso.
Intuimos el dolor.
La única hoja que queda del otoño
baila en la calle
la danza de las mujeres solas.
Un cielo sin nubes
remeda su tristeza.
Los días han dejado de brillar.
Días azules
“Estos días azules y este sol de la infancia”
A. Machado
Los veré crecer entre las viejas sábanas
que subsistieron después de las mudanzas.
Habrá también un camión de hojalata.
Un papel olvidado en el bolsillo.
Un pequeño trompo de madera.
Días azules, fríos,
con risas estampadas
en cada pared blanca.
Ahora se ocultan
del sol que los hizo brillar
y todo se vuelve oscuro.
Déjalo ya.
No dibujes más recuerdos.
Dibujemos monstruos.
O animales de un libro.
O ardillas que las urracas persiguen.
O besos de mañana.
Dibujemos lo que tal vez nos acompañe:
aquel sueño de ayer que acabó sin dueño.