Poderes

Contar la historia
de la ruina que habitó la roca.
Comprender el grito del caminante
y el motivo del soldado
que volvió de Argelia.
Oír la hoja
cuando antes de caer
aborrece al otoño.
Leer el polen
en el temblor del pétalo.
Descifrar la nostalgia de la carta
que naufragó en la noche del poeta.
Paladear el silencio de la duna.
Silbar la melodía del marino cautivo
en el puerto de los barcos
amarrados a los verbos.
Curvar el tronco del roble
con la mirada en la cuaderna.
Salir a la tarde muda
y respirar los cantos
de una infancia que dijo ser feliz.
Morder los labios
que sólo hablaron
la palabra del hechizo.
Volver a agonizar en el amor adolescente
para morir en la lumbre
del mar que nos llama
y nos ahoga con la sed del beduino.
Morir. Pese a todo morir.
Morir en cada hora
que acaba su circuito
las muertes que nos hacen inmortales
y nos nacen de nuevo
en las piedras de la esquina mancillada.

Otra vez Lampedusa

La primavera agota en la sal
las flores sin abrir.
Caducaron los poemas.
En nuestra costa brillan espejos
que no reflejan a nadie
y nadie hay que mire
hacia la orilla
de la que viene Caronte.
Nadie que comprenda el viaje.
Sólo hay sombras errantes
que vagarán cien años
por estas riberas.
Sigue flotando
la infamia a la deriva:
la poesía ha dejado de existir.

Mujer en la playa

Aún adormecido
el reflejo del sílice
tiene la playa
un secreto de foto antigua.
Desierta.
Sin brisa.
Quieta.
El mar se empeña en arrullar la arena
y deja un manto de espuma tenue.
Sentada ante la línea inmóvil
una mujer sola
desafía al tiempo
y escribe, despacio,
la vieja carta:
“Otro mar
borra mis pasos en la arena”.

 

Del poemario «El libro y el poeta»

 

Mirando al Sur

Te has tomado un descanso en tu añorar.
Los recuerdos quedan solos a tu espalda.
Hojeas sin prisa un periódico cualquiera
y buscas la noticia que nunca escribirán.
Allá lejos,
tras aquella línea curva
la vida es de otra gente,
el Sur existe y tú no estás.
Cuando asome la noche
y vuelvan en silencio los recuerdos,
entrarás al bar
de la mano de un pedazo de nostalgia.
En la mesa de siempre mirarás por la ventana
y habrá un hueco:
el de otro bar, otro banco,
otra mesa, otro mar.

Del libro «Del alba al ocaso»08MiralSur

Fotografía: Héctor Zampaglione

Las olas

Desnudo al atardecer
cuento las olas,
las clasifico.
Hay una que sube callada,
otra que quiso ser
y aquella que ahoga un recuerdo
entre la sal y la espuma.
Camino mi desorden por la arena que mojan
y espero a que una se lleve el silencio
al secreto abismo que las crea.

La silla de la bahía

                                                      A Paco de Lucía, in memoriam

En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte.
La arena evoca las pisadas
que remontaron cometas
y el caracol
cambia por silencios
el canto de las olas.
Palma y quejío esperan
al hombre que añoraba el mar
y ven partir la barquita del puerto.

En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte
y presiente que en la playa
también la guitarra ha muerto.

El murmullo del invierno

Cuando el rumor de la tristeza
echa el ancla en tu poema
hablas con la voz de alguien que vive
en una casa que nunca fue arrasada.
La bruma cubre el viaje
entre los ocasos
y algunas noches que el invierno salva.
La escollera oye la canción
lejana como el ruido de las olas en la arena.
Hablan las ruedas y las vías
y la lágrima no llega al llanto.
No se cansa mi mirada
sobre el cántaro de tu silencio.
El día se evanesce sobre el papel de las letras.

La mujer de un sueño

La locura
ha navegado el mar de tus palabras;
dibuja un colibrí
que devora tus tobillos
y silba una nana a la peca de tu espalda.
Vive en la sonrisa de beso y silencio,
en el vidrio de tus ojos
que evocan quién sabe qué tristezas
y en ese terciopelo
donde mueren las ausencias.
Cuando el sueño te abandone
en la verdad de otros caminos
sabrás que estos versos
ya no hablan de ti.
Y yo en mi vigilia
tendré miedo de volverme cuerdo
y perderte en el bosque de los soles
que habitan por las noches mi poema.

Si he de elegir

Si he de elegir
elijo el rostro ancestral de la memoria,
la madrugada en el mar,
el balbuceante beso adolescente,
el barrilete que vuela en otros cielos.
Elijo la palabra de mi historia,
el gesto del reparto y la justicia,
la voz que reclama hasta el silencio,
el dios ateo,
el canto de una niña.

Para que surja la nostalgia
como la vieja postal olvidada
en el libro que ya no leeremos.

Aeropuerto

Detrás del cristal
el mundo es un torrente mudo.
El mar dibuja una línea
desde donde comienzan
a volar las nubes.
Detrás del cristal
los obreros se mueven
en la lenta y callada turbulencia.
Ella ve alejarse
al que fuera en sus sueños
el anhelado amor.
Detrás del cristal
pasa una paloma que nunca llegará
a cruzar el trasluz.