Sin cruzar la grieta
por la que se cuela el sol
los pasos rodean la umbría.
La locura que mora en el círculo
atrapa el silencio de la cuerda
y un aquelarre se angosta en el borde
cuando el malabarista muere
detrás de la línea.
El punto alcanza lo eterno
de la estirpe de lágrimas
que conjuran el grito.
Un baile en la esfera
traba los pasos del payaso
y el payaso gira huérfano
por la ausencia de rincones.
Nadie devuelve el pie robado
al viejo funámbulo
que duerme en el trapecio.
La función acaba
en un óvalo que anhela
la distancia invariable.
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La silla de la bahía
A Paco de Lucía, in memoriam
En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte.
La arena evoca las pisadas
que remontaron cometas
y el caracol
cambia por silencios
el canto de las olas.
Palma y quejío esperan
al hombre que añoraba el mar
y ven partir la barquita del puerto.
En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte
y presiente que en la playa
también la guitarra ha muerto.
Ahora Lampedusa
La cuerda se suelta
y cae el filo sobre el hombre.
Otra vez la infamia
flota a la deriva.
Los retratos del terror
buscan a los hermanos
que ya no tienen rostro.
Lágrimas de ojos que no miran
se ahogan en las aguas inocentes.
Se ahogan los gritos
que flotaron en el aire.
Hasta el olor se ahoga
en la peste del silencio
que abraza el puñal.
Tierra adentro las ratas plañideras lloran
y procuran no mancharse las corbatas.