Cree que es suyo
cuando cambia su silueta
por la nube y el labriego,
enluta el color de sus hojas,
nos deja a merced de su enemigo.
Cree que es suyo
cuando lo convierte en un fantasma invernal
que asusta al niño
y al perro tuerto.
Cree que es suyo
aunque lo turbe
el canto del ruiseñor.
Si la tiniebla
es el recuerdo de un sueño sin amparo
el árbol, todo luz,
vuelve a ser
la sombra del caminante.