La tarde cae desde la nube quieta.
Un cielo absurdo
llueve la calle desierta
y la oscuridad avanza
entre farolas ahogadas.
La noche y los cerezos persiguen una luna
que arriesga sus blancuras
apostando la inercia en las tertulias
donde el poeta muere en el verbo.
Y el verbo, atiborrado,
se sacude de sílabas y versos,
piensa en los juglares
y añora el orden de las letras en las filas.
Un olor de pájaros vagando
da nombre finalmente a la distancia.