Pozo

Quedó un trozo de pan sobre la mesa
en la que él te hablaba
del color de los cerezos,
del perfume que presagia cada otoño.
Hoy miras inmóvil
el trajín caótico del duelo,
la pena que cae
lamiendo el socavón
cuando suena el murmullo
del relato de los otros.

Donde nunca toca el sol
todo está más oscuro todavía.
Sólo se enciende la tristeza
del cante que llega de otras minas
que esbozan con crueldad
la misma muerte.

Ahora Lampedusa

La cuerda se suelta
y cae el filo sobre el hombre.
Otra vez la infamia
flota a la deriva.
Los retratos del terror
buscan a los hermanos
que ya no tienen rostro.
Lágrimas de ojos que no miran
se ahogan en las aguas inocentes.
Se ahogan los gritos
que flotaron en el aire.
Hasta el olor se ahoga
en la peste del silencio
que abraza el puñal.
Tierra adentro las ratas plañideras lloran
y procuran no mancharse las corbatas.

El lugar de las muertes lejanas

No quiero volver
al lugar de las muertes lejanas
donde la herida duerme
en el silencio que deja la memoria.
Donde no hay voz para entonar las letras
y las manos olvidaron las guitarras.
Donde llora el payaso
frente a los que fueron niños
y las piernas recuerdan
el caminar de la odalisca.
Es el lugar
en el que sólo el viento negro
acaricia las tristezas,
mueve los trapecios
y de noche susurra las ausencias.

Pesadilla

La bestia empuña la sombra solitaria,
huele la muerte del deseo
y deshace el largo camino de la babosa.
La voz espera el llanto del réquiem final.
La arruga clavada en el tiempo de la herida
rezuma el ácido cigarro,
la canción ingrata y el olvido.
Los pájaros bailan
sobre el cadáver tendido
en la escena infinita del desierto.
La música suena en el espanto
de las vírgenes que miran
el placer lejano.
De cada flor surge la náusea.
Arlequines, bufones, malignos
y soñadores de alboradas grises,
todos beben lo prohibido
entre el vómito y la risa.

Y la mañana no llega a romper
la ardiente tiniebla del soldado muerto.

Vuelvo

Vuelvo para saber
si ha pintado los campos el cerezo,
si llegan golondrinas jugando entre las nubes,
si el sol acaricia los helechos.
Quiero saber
si hay renuevos en las ramas del rosal,
si la yegua está preñada
y el pastor ya saca su rebaño.
Quiero saber
si hay algo que augure
la nocturna melodía del rojizo ruiseñor
y las siestas con grillos y cigarras.
Y cada vez que vuelvo
llego tarde y llego pronto:
todo ha comenzado
y nada se ha muerto todavía.

A Videla

No dará vida a sus víctimas
la muerte del verdugo.
Pero alegra y tranquiliza
saber que hoy
sopla más limpio el aire.
Ahora lo que queda
de tus carnes asesinas
se pudrirá en el estiércol
de lo que fue tu vida.
La tierra sabrá absorber
la ponzoña que rezumas.
Y sólo los gusanos sentirán placer
al acercarse a tu inmunda pestilencia.

El cristal

La lluvia cala
en la simiente de una imagen.
Tras la gota
el cristal juega a separar los pensamientos.
Tras el cristal
un niño mira el jardín de la novia muerta.
La tarde se tiñe
del olor que entristece la mirada
suspendida en el beso del ligustro.
También duele el canto
que la lluvia lee en el atril de los tejados.
La danza de las gotas
atrapa al niño en la ventana
donde dibuja un sendero
que cambia con la agilidad de los imanes.
Siempre es otoño
si el orvallo pinta los momentos.
Cuando la noche comience su camino
el farol que tiembla en los reflejos
abrirá un sueño de adoquines.

Poder

Me transporta a algún lugar
donde el color de la angustia
escupe asilos en el pecho

o donde alguien mira feliz
un ignoto amanecer
en la isla de palabras

o donde la muerte pasó
y dejó un páramo de penas,
la doliente maldición del viudo,
el olor a pasos de hospital,
el beso seco

o donde el salto es la sonrisa
de la hermosa criatura
que nos mira triunfando
a través de nuestros sueños

o donde un hálito
imagina el crimen
entre las hierbas malditas
de la mujer que no me amó.

La nota huye
del arco mandamás
y canta la canción de siempre,
la que murió en los labios del poeta.