Niño libre

La libertad viaja
en el camión de lata,
se esconde
en las rodillas sucias
y corre por la pista
de los coches con masilla.

Dibujada en los gritos
y los juegos del potrero
sube al vuelo
de gomeras y gorriones,
cabalga relojes
y luego se adormece
esperando ver salir de los escombros
la sonrisa luminosa del niño alborotado.

Pena

Aunque la siesta abrace
los relojes que caminan
con la insistencia del caparazón
la tarde comienza el sendero que se angosta.
Con el olor de los jazmines
vuelven las notas que murieran
en los labios del amante atormentado
y la pena busca el único recodo
donde la noche
jamás abandona los latidos.

Lo que tenía

Dijo tener
el miedo de la hoja
y una pasión abierta por las tardes
en la roca donde durmió el dragón.
Dijo tener
hojas en la idea,
tardes y estallidos de lavandas
y pétalos pegados al cristal.
Dijo tener
la idea del aroma
que se fuga por las ventanas rotas.
Y con eso,
dijo,
me basta para dibujarte.

Vamos

Frío en la plaza.
Cuchillo oxidado
en la piel blanca.
Hambre de muchos
consuelo de ricos.
Desamor.
Dolor de sombrero.
Miedo al mañana muerto.
Salpicadura del charco.
Paraguas que da vuelta un viento.
Árbol seco.
Inundación.
Desierto.

Y mientras tanto vamos andando.

La soledad de los cristales

Cuando el fulgor abandona las ventanas
ellos se vacían de sonrisas cómplices,
de pestañas que equivocan el atajo,
de labios dispuestos,
de muecas, necios y madrastras.
Lentamente los deshabitamos
y entonces dejan de ser.

Entre las sombras
el inútil cristal resiste en un pasillo
donde la última luz se negó al reflejo.
La tiniebla conjura el hechizo
de tener lo que no está
y la ausencia del que mira
dibuja por un momento su existencia.

La noche
es el silencio de los espejos.

Atrapados

Mientras tanto yo moría
en el nombre tatuado sobre un banco de la escuela,
en el durmiente cautivo de las vías,
en el alba, cuando el rocío dibujaba mis pestañas.
Mientras tanto yo moría
y mi pasión comenzaba a renacer en otra fiebre.

Tú tejías hilos
con lágrimas heladas
y atabas recuerdos de lavandas
cabalgando entre arenas y pinares.
Nadie supo del poema triste
ni de los colibríes
que hace años dejaron tus sombreros.

¿También tú hoy eres otra
o aún está aquel beso
esperando una señal tras el reflejo?

El álamo

Desde mi ventana
miro el chopo blanco.

Sus hojas hablan contra el viento
como títeres plateados,
como espejitos truncos.
Su olor nos viste de recuerdos infantiles.
Y luego,
a su pie,
habrá una tumba de desolado verde.

Se ha quedado sin ribera
y él tampoco está triste en su destierro.

Del poemario «El libro y el poeta»

La mujer de mi poema

En esta tarde que respira la nostalgia
de un otoño extraviado entre azahares
quisiera escribirte algún poema.
Un poema sencillo,
que hable de ti
con la voz queda de la gente humilde.
Pero jamás he visto
tus pies descalzos en la arena
y no te he oído
cuando llamas por su nombre a las avispas
y no sé del perfume de tus pechos
ni cómo guardas las mentiras en pañuelos.
Nunca te he preguntado
si lees en la cama
o si prefieres el güisqui a las canicas.
No te conozco.
No sé si estás, si ya te has muerto
o si has nacido.
Tendré que inventarte un día de estos
y así poder escribir este poema.