El mar navega bajo la barcaza,
acaricia su vientre temeroso
y reclama su parte del botín:
los trozos de esperanza,
el polvo de los sueños.

Los navegantes esperan inquietos
una señal que les oculte el mar.
Pero no hay costa y el final del viaje
está en el cuerpo hinchado,
en los cuencos vacíos.

Los agoreros no han dado la talla.
El dolor se expone en su rito obsceno.
La náusea escarba en la herida del hambre.
Todavía hay un largo
invierno por sufrir.

Atrapados

Mientras tanto yo moría
en el nombre tatuado sobre un banco de la escuela,
en el durmiente cautivo de las vías,
en el alba, cuando el rocío dibujaba mis pestañas.
Mientras tanto yo moría
y mi pasión comenzaba a renacer en otra fiebre.

Tú tejías hilos
con lágrimas heladas
y atabas recuerdos de lavandas
cabalgando entre arenas y pinares.
Nadie supo del poema triste
ni de los colibríes
que hace años dejaron tus sombreros.

¿También tú hoy eres otra
o aún está aquel beso
esperando una señal tras el reflejo?