Cuando el fulgor abandona las ventanas
ellos se vacían de sonrisas cómplices,
de pestañas que equivocan el atajo,
de labios dispuestos,
de muecas, necios y madrastras.
Lentamente los deshabitamos
y entonces dejan de ser.
Entre las sombras
el inútil cristal resiste en un pasillo
donde la última luz se negó al reflejo.
La tiniebla conjura el hechizo
de tener lo que no está
y la ausencia del que mira
dibuja por un momento su existencia.
La noche
es el silencio de los espejos.
Sublime en la búsqueda del misterio de nuestra interioridad. Poder de síntesis extraordinario.
Un abrazo largo en nuestro tiempo-historia.
Eulogio Dávalos
Gracias por tu lectura, Eulogio. Un abrazo en ese mismo tiempo-historia!
Me llegó del fondo de la memoria «…en el dormitorio vacío la noche cerrará los espejos». No está mal que el espejo de este poema refleje ese otro espejo de Borges.
O tal vez sea el mismo…