Tendió el poema al claro de una luna de agosto. La piel de la tierra aún tenía el calor de la tarde y el poema se estiró sabiendo de su latir cuando las estrofas tapizaban la cama triste, la de la lágrima y el suspiro, la del tiempo que nunca le devolvió nada. Y así, con los versos desgajados el jilguero dejó el canto en la rama y fue muriendo junto a aquella voz que lo miraba, sorprendido y sin saber el curso de las respuestas.
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Libertad
Decir muro y caer
la espera del viejo,
eslabón tras eslabón,
en la orfandad del otoño.
Decir tiempo y nacer
la víscera al abrigo
del nido. Y el pan
cuando sangra en el hueco.
Decir aire y volar
la pluma entre la herrumbre
y la reja que el canto
del jilguero mata.
Decir grito y dejar
la herida abierta
al verso oculto
en la boca de hambre.
Fugaz
El gesto previo del ciervo
es la palabra que yace
en un blanco de silencio.
La huida se borra
en el rapto de la hoja
y tampoco sirve la quietud
que duerme entre los saltos del jilguero.
Aun así sonará el disparo.