Una gota en el mar de alambre de espino

Mirad la gota sobre el pañal
que va en busca del niño
muerto en el fondo del mar
abrazado a su madre
ya sin leche
ya sin piel
ya sin ojos
ya sin nada
nada
nada.

Mirad la gota de agua.
Ya no sabe
a ese mar azul que vio el poeta.
Probadla
y no digáis mañana que no veíais danzar
al vapor de la muerte en vuestras playas.

Probad el sabor
de esa gota manchada
en la sangre del grito
que por última vez os llamó
desde ese mar de alambre de espino.

Niño libre

La libertad viaja
en el camión de lata,
se esconde
en las rodillas sucias
y corre por la pista
de los coches con masilla.

Dibujada en los gritos
y los juegos del potrero
sube al vuelo
de gomeras y gorriones,
cabalga relojes
y luego se adormece
esperando ver salir de los escombros
la sonrisa luminosa del niño alborotado.

Sueño de ratón

El reloj contra el espejo
marca las deshoras.
Las canicas caen al revés
y el abrojo
pinta un caballito
en el mar de las montañas.
Salgo a mirar los picaflores
y veo entre los cielos
un ratón que sueña con ser nube.
Trepo por la cuerda del columpio
con un ramillete de agujeros de gruyer.
Canturreo una canción que no protesta
y llego al viejo andén.
El viento
hace remolinos con historias
y papeles de envolver encantamientos.
El sueño del ratón se come el queso
y la nube se sube al tobogán.

El caballo muerto

Cuando el sol insinúa
la pequeña despedida
pasa un carro lento
por los fatigados adoquines
al ritmo de los cascos y las ruedas.
Detrás
el bastidor soporta
la triste carga del caballo muerto
que encamina su silencio
al perfume del jabón.

Recuerdos maltratados

 

No puedo escribir
lo que te quiero,
lo que te quise.
Sólo afloran recuerdos maltratados.
Una flor en el jardín.
Un teléfono y un vaso.
Guardapolvos y veredas.
La insulina, una caricia.
Y esa lucha entre quien soy
y el que quisiste que fuera.

El viento lleva historias
que caben en el hueco de otra historia.
Yo sigo y vos estás
en un lugar donde el misterio no responde.

 

El lugar de las muertes lejanas

No quiero volver
al lugar de las muertes lejanas
donde la herida duerme
en el silencio que deja la memoria.
Donde no hay voz para entonar las letras
y las manos olvidaron las guitarras.
Donde llora el payaso
frente a los que fueron niños
y las piernas recuerdan
el caminar de la odalisca.
Es el lugar
en el que sólo el viento negro
acaricia las tristezas,
mueve los trapecios
y de noche susurra las ausencias.

El olvido

Una serpiente de bruma
desdibuja el intento de evocar.
Se ha borrado el orden
de las habitaciones.
Las lámparas sólo tejen sombras.
Tras un tumulto de ideas
se esconden las puertas.
La cocina,
con el vaho del puchero y los fideos,
se pierde tras algún muñeco roto.
Sólo puedo ver, con dolor fotográfico,
la escalera y el insólito triángulo
que encerraba los juguetes.
Es cruel
sobrevivir a la memoria.
Allí siguen viviendo
los que se han ido
sin decirme adiós.
En el juego de mi tenaz vigilia
puedo llegar a chocar con las paredes
buscando el paso
de mis visiones incompletas.
Quiero descansar
del recuerdo enfermo
que se niega a ser mi compañía.
Me queda la paz de saber
que fui feliz bajo esos techos.
Sigo oyendo los tangos de la radio,
el ruido de las ruedas de un triciclo
y la campana del colegio
no sé si llamando a entrar
o a salir de aquella infancia que me amó.

El pasado

Un murmullo en el oído
acerca el desmayo al hombre.
Alguien, en la penumbra,
pinta el cuadro de una vida
al son de las raídas notas
de la vieja verdulera.
El pájaro mata el vuelo
y espera la luz con impaciencia.
Restos de un juguete
se amparan en el hueco
de los escalones rotos.
La calesita agota el movimiento
y ahora camina hacia el espejo
donde un caballo mudo
llora la pasión del carro.
Me busco en la nube
y descubro que no hay niños
jugando al escondite.
Entonces quiero llorar
la única ausencia que me duele
pero mi rostro vuelve a ser
un hueco en la memoria.

Inusual

En el portal
de los otoños mustios
esperé con anhelo a mi tristeza.
Pasaban aguas
y hojas navegantes,
pasiones enfundadas en torpezas,
años rotos,
asombros robados al hastío
y también alguna golondrina
arqueando cielos y tormentas.
Un feriante de misterios
me dio a entender que no vendría.
Entonces
yo arrugué mi espera
en el borde del camino,
seguí tras la huella de mis pasos
y pinté en mis labios fatigados
la suave curva que ilumina a los infantes.