En el portal
de los otoños mustios
esperé con anhelo a mi tristeza.
Pasaban aguas
y hojas navegantes,
pasiones enfundadas en torpezas,
años rotos,
asombros robados al hastío
y también alguna golondrina
arqueando cielos y tormentas.
Un feriante de misterios
me dio a entender que no vendría.
Entonces
yo arrugué mi espera
en el borde del camino,
seguí tras la huella de mis pasos
y pinté en mis labios fatigados
la suave curva que ilumina a los infantes.