Tu soledad

A mamá

El temor de extrañar por rutina
me asalta en los rincones
de los recuerdos que navegan.
Bajo la lluvia porteña
tu ausencia es un gigante
que devora costaneras.
No sé para qué visito
los lugares de tu historia
si yacen inundados de silencio.
Comparezco ante jueces que murieron
después de olvidar las leyes
mientras vos las exhumabas
cuando la demencia mordía tus vigilias.
Demasiada soledad
para tu melancolía.

Cocido para dos

Otro idioma explica los aromas
que se enlazan con aquellos
de la infancia castellana.
El cocido convoca
a la hora temprana de cada día.
Él trajo de su exilio
el hábito de comer pronto
y ella la nostalgia
por todo lo que queda
en los infinitos rincones de la ausencia.

Sola en la cocina,
la radio a bajo volumen
y el libro en la mesa,
se quita el delantal,
el pañuelo,
sirve los dos platos
y se sienta a comer.
Hace tiempo que ha perdido
la costumbre de esperarlo.

Poco a poco el vapor de los platos
agota sus fuerzas
contra el cristal que se nubla
para que ella ignore
el eterno vacío de la calle.
De los dos, uno ha quedado sin tocar.
Como siempre.

Otra vez Lampedusa

La primavera agota en la sal
las flores sin abrir.
Caducaron los poemas.
En nuestra costa brillan espejos
que no reflejan a nadie
y nadie hay que mire
hacia la orilla
de la que viene Caronte.
Nadie que comprenda el viaje.
Sólo hay sombras errantes
que vagarán cien años
por estas riberas.
Sigue flotando
la infamia a la deriva:
la poesía ha dejado de existir.

La llegada

El barco llega al zaguán
de la puerta cancel cerrada.
La vereda acoge
tres valijas de ayeres
y la engañosa entereza
que nos prestan los objetos.

Luego anuncia, arrogante,
que se lleva en su bodega
un pedazo de retorno.
Los ojos del exiliado
miran con tristeza de abandono.
La ciudad vacía
pone en marcha su reloj.

Recuerdos maltratados

 

No puedo escribir
lo que te quiero,
lo que te quise.
Sólo afloran recuerdos maltratados.
Una flor en el jardín.
Un teléfono y un vaso.
Guardapolvos y veredas.
La insulina, una caricia.
Y esa lucha entre quien soy
y el que quisiste que fuera.

El viento lleva historias
que caben en el hueco de otra historia.
Yo sigo y vos estás
en un lugar donde el misterio no responde.

 

La silla de la bahía

                                                      A Paco de Lucía, in memoriam

En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte.
La arena evoca las pisadas
que remontaron cometas
y el caracol
cambia por silencios
el canto de las olas.
Palma y quejío esperan
al hombre que añoraba el mar
y ven partir la barquita del puerto.

En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte
y presiente que en la playa
también la guitarra ha muerto.

El murmullo del invierno

Cuando el rumor de la tristeza
echa el ancla en tu poema
hablas con la voz de alguien que vive
en una casa que nunca fue arrasada.
La bruma cubre el viaje
entre los ocasos
y algunas noches que el invierno salva.
La escollera oye la canción
lejana como el ruido de las olas en la arena.
Hablan las ruedas y las vías
y la lágrima no llega al llanto.
No se cansa mi mirada
sobre el cántaro de tu silencio.
El día se evanesce sobre el papel de las letras.

La mujer de un sueño

La locura
ha navegado el mar de tus palabras;
dibuja un colibrí
que devora tus tobillos
y silba una nana a la peca de tu espalda.
Vive en la sonrisa de beso y silencio,
en el vidrio de tus ojos
que evocan quién sabe qué tristezas
y en ese terciopelo
donde mueren las ausencias.
Cuando el sueño te abandone
en la verdad de otros caminos
sabrás que estos versos
ya no hablan de ti.
Y yo en mi vigilia
tendré miedo de volverme cuerdo
y perderte en el bosque de los soles
que habitan por las noches mi poema.

Pozo

Quedó un trozo de pan sobre la mesa
en la que él te hablaba
del color de los cerezos,
del perfume que presagia cada otoño.
Hoy miras inmóvil
el trajín caótico del duelo,
la pena que cae
lamiendo el socavón
cuando suena el murmullo
del relato de los otros.

Donde nunca toca el sol
todo está más oscuro todavía.
Sólo se enciende la tristeza
del cante que llega de otras minas
que esbozan con crueldad
la misma muerte.

Ahora Lampedusa

La cuerda se suelta
y cae el filo sobre el hombre.
Otra vez la infamia
flota a la deriva.
Los retratos del terror
buscan a los hermanos
que ya no tienen rostro.
Lágrimas de ojos que no miran
se ahogan en las aguas inocentes.
Se ahogan los gritos
que flotaron en el aire.
Hasta el olor se ahoga
en la peste del silencio
que abraza el puñal.
Tierra adentro las ratas plañideras lloran
y procuran no mancharse las corbatas.