Cuando lo cierto renuncia a su escondrijo
el dolor de la palabra ahogada
mira quebrarse la máscara.
Pasó el tiempo de los cielos claros
y la herida de la esencia
acaricia los bancos vacíos.
Cinco notas se funden con el cierzo
y dejan un recuerdo suspendido.
El último trazo del pintor suicida
dibuja el gesto
de tu cara triste.
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Primavera
Vuelves después de la muerte
cuando el futuro parecía
haber dejado de existir.
En unos días serás la esperanza,
como un abril de claveles.
Tal vez si insistes
aprendamos a trasladarte a nuestras vidas.
La prórroga
El ensueño de una manta y un hogar
llevó tu nombre en las llamas,
en la nieve imaginada tras el vano,
en la cálida copa de cognac.
Y yo seguí esperando
a que una noche
mi recuerdo sorprendiera tu vigilia
en la realidad fugaz
de los ojos entornados.
Incógnitas
Conocer el contorno perfecto
de lo que lleva mi impronta
aunque nunca será mío.
Descubrir la porfiada línea
que impide que toque mi mano.
Saber si el infinito que dibujan
es el mismo que dibuja el universo.
Cuando los miro se aleja
el momento de entender
el abismo que levantan los espejos.
Recuerdos maltratados
No puedo escribir
lo que te quiero,
lo que te quise.
Sólo afloran recuerdos maltratados.
Una flor en el jardín.
Un teléfono y un vaso.
Guardapolvos y veredas.
La insulina, una caricia.
Y esa lucha entre quien soy
y el que quisiste que fuera.
El viento lleva historias
que caben en el hueco de otra historia.
Yo sigo y vos estás
en un lugar donde el misterio no responde.
Para poder ser
Aún no es
y ya cree en su futuro.
El ojo está
pero no mira.
La astilla señala
el sitio de unas cejas.
La veta morirá
en la turgencia de la boca.
El sexo se presiente
entre dos ramas.
Aún no es
y confía en la mano
que roce el torso suave
nacido de una albura sin pulir.
En la penumbra
el resto de un oscuro olivo
espera la caricia del cincel.
Del poemario «El libro y el poeta»
Las muertes ignoradas
The dead man lies in the street.
Ch. Reznikoff
Ella ignora que él murió hace un rato
cerca de donde prepara la comida.
Se esmera en rebozar los filetes.
La ensalada ya está lista.
Su cara tiene algo de placer cotidiano
concentrado en el domingo.
Él lleva en su rostro
una puerta abierta
por donde huyen los pájaros.
Y también ignora que murió hace un rato.
La silla de la bahía
A Paco de Lucía, in memoriam
En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte.
La arena evoca las pisadas
que remontaron cometas
y el caracol
cambia por silencios
el canto de las olas.
Palma y quejío esperan
al hombre que añoraba el mar
y ven partir la barquita del puerto.
En la bahía
la silla vacía
mira la cuerda del horizonte
y presiente que en la playa
también la guitarra ha muerto.
El murmullo del invierno
Cuando el rumor de la tristeza
echa el ancla en tu poema
hablas con la voz de alguien que vive
en una casa que nunca fue arrasada.
La bruma cubre el viaje
entre los ocasos
y algunas noches que el invierno salva.
La escollera oye la canción
lejana como el ruido de las olas en la arena.
Hablan las ruedas y las vías
y la lágrima no llega al llanto.
No se cansa mi mirada
sobre el cántaro de tu silencio.
El día se evanesce sobre el papel de las letras.
La mujer de un sueño
La locura
ha navegado el mar de tus palabras;
dibuja un colibrí
que devora tus tobillos
y silba una nana a la peca de tu espalda.
Vive en la sonrisa de beso y silencio,
en el vidrio de tus ojos
que evocan quién sabe qué tristezas
y en ese terciopelo
donde mueren las ausencias.
Cuando el sueño te abandone
en la verdad de otros caminos
sabrás que estos versos
ya no hablan de ti.
Y yo en mi vigilia
tendré miedo de volverme cuerdo
y perderte en el bosque de los soles
que habitan por las noches mi poema.