El mañana pasó
vestido con los pétalos secos
de lo que fue una flor.
También lucía
un orgullo masacrado,
un sombrero sin canas,
un reloj que marca las dos
y el poema que algún día escribirá.
El mañana pasó
vestido con los pétalos secos
de lo que fue una flor.
También lucía
un orgullo masacrado,
un sombrero sin canas,
un reloj que marca las dos
y el poema que algún día escribirá.
Vuelves después de la muerte
cuando el futuro parecía
haber dejado de existir.
En unos días serás la esperanza,
como un abril de claveles.
Tal vez si insistes
aprendamos a trasladarte a nuestras vidas.
Aún no es
y ya cree en su futuro.
El ojo está
pero no mira.
La astilla señala
el sitio de unas cejas.
La veta morirá
en la turgencia de la boca.
El sexo se presiente
entre dos ramas.
Aún no es
y confía en la mano
que roce el torso suave
nacido de una albura sin pulir.
En la penumbra
el resto de un oscuro olivo
espera la caricia del cincel.
Del poemario «El libro y el poeta»