Cantaora

Las manos buscan palomas
y rasgan confines de lunas.
Azucenas negras
tiñen la furia del pelo
y bailan el dolor
si la granada muerde
los labios sangrantes
en el abismo de su boca.

Los caballos alumbran el fandango,
y la jinete,
hechicera veloz del girasol nocturno,
cabalga por un campo salpicado de carmines.
En su rostro clarean
siete auroras sin ocasos
y en su estrofa
un claustro de pasiones
engendra la lágrima, la fiebre
y el cristal de la palabra.

La voz
viajera de siglos y parajes,
compañera del farol de las carretas,
muerta y nacida en pogromos oscuros
trae hambres y violines
y cantos y caminos
y se funde en el gesto
y arde en guitarras que se afinan
en los rincones del vino.

Cuando todo parece que se acaba
ella renace del quejío roto.
Es la dama de la tragedia
que habita en la alegría.

La palabra estéril

Nada fue escrito en la tormenta.
Imposible decir el rayo,
el color del árbol que se agita,
el brillo de una gota en el alambre
y ese silencio antes del trueno.
Nada fue dicho
del fugaz murciélago
ni del prado que dibuja un laberinto
ni del día que se aferra a la montaña.

De la mano de la noche vendrá la paz
y entonces volverá a ser útil
el dibujo de las letras.

Poder

Me transporta a algún lugar
donde el color de la angustia
escupe asilos en el pecho

o donde alguien mira feliz
un ignoto amanecer
en la isla de palabras

o donde la muerte pasó
y dejó un páramo de penas,
la doliente maldición del viudo,
el olor a pasos de hospital,
el beso seco

o donde el salto es la sonrisa
de la hermosa criatura
que nos mira triunfando
a través de nuestros sueños

o donde un hálito
imagina el crimen
entre las hierbas malditas
de la mujer que no me amó.

La nota huye
del arco mandamás
y canta la canción de siempre,
la que murió en los labios del poeta.

La muerte del poeta

La tarde cae desde la nube quieta.
Un cielo absurdo
llueve la calle desierta
y la oscuridad avanza
entre farolas ahogadas.

La noche y los cerezos persiguen una luna
que arriesga sus blancuras
apostando la inercia en las tertulias
donde el poeta muere en el verbo.

Y el verbo, atiborrado,
se sacude de sílabas y versos,
piensa en los juglares
y añora el orden de las letras en las filas.

Un olor de pájaros vagando
da nombre finalmente a la distancia.

Tu llegada

Sentado en una mesa sin fronteras
espero a que llegues con la bata descosida,
los zapatos con cordones malatados,
tus medias cortas,
tus cejas largas,
una pinza de ropa en la camisa,
en tu pelo una sortija,
un gorrión con el canto de un jilguero
empollando un galgo en tus palabras,
tu culto antiguo
de hablar bajito,
de bajar hablando,
de valsear silbidos,
de silbar bailando,
de morir prontito
y vivir volando.
Confío
en que dejes tres pasiones en la copa,
un dibujo,
un hilito de tu ropa,
la sonrisa en un espejo,
la bolita de pan sobre la mesa,
la cuchara zurda
y el malvón de aquel recuerdo en la ventana.

Pobre música

Pobre música que suena para nadie.
Tristes borrachos que no bailan
y mujeres que no ríen en los bares.
Y los bares que se cierran
oscuros en su pena.
Pobres los payasos de sonrisa congelada,
y los niños que no entran en el circo.
Nadie llora en la ginebra.
El gato rasga su reflejo.
Hay vacíos que se llenan con silencios.
Hombres que alimentan la mentira
de las hembras que se cruzan en su historia.
Novios fallidos. Vidas huecas.
Pasados que no existen
se alejan caminando por la calle.
No hay nadie que pronuncie
la palabra soledad.

El nombre de la palabra

Cuando el sol convive
con la lluvia y el ozono
tu magia pinta en el límite lo soñado.

El mármol del peldaño
esconde el gesto
que cincela tu presencia.

Dibujas el contraluz
del salto del acróbata
mientras la flecha
se fuga de tu entraña.

En la oscuridad del muro derruido
la madera recuerda el tiempo
en que enmarcabas la alacena.

Susurran tu nombre el incunable
y los versos que no escribe el caminante,
un nombre que está en ti
y que el arco te ha cedido eternamente.

No tu palabra

Tu palabra no,
son tus besos los que a veces me perdonan.
El dolor de haber perdido
se apagó por un momento entre tus brazos
y fueron esa vez
tus pechos el puerto de mi viaje.
Y quise en tus caderas
ser la magia amanecida en aquel barrio.
Todo en vano:
en mi barca hay más bondad
pero menos valentía
y tus besos ya no saben a malvones.

Tu palabra no,
son tus ojos los que a veces me perdonan.

A ese amor que no fue

Ni siquiera un beso,
una caricia.
Todo estaba contenido en las palabras,
sonrojado en los silencios,
anclado en las miradas.
Mis cartas de amor
fueron borradores y cenizas.
Y vi cómo pasabas hacia el tiempo
esperando el gesto que no llega
de un amante tonto, adolescente,
perdido en posibles que no encuentra,
perdido en añoranzas que no tuvo,
perdido en laberintos que se inventa.