La palabra
manchó de rojo el silencio.
La voz era bronca,
roída por los años tras la reja
en la humedad lóbrega,
en el dolor del susurro preso.
La palabra
manchó de rojo el silencio
y se oyó,
bronca, gastada.
Pero se dijo
y la voz, casi muerta,
sonrió.