Cantaora

Las manos buscan palomas
y rasgan confines de lunas.
Azucenas negras
tiñen la furia del pelo
y bailan el dolor
si la granada muerde
los labios sangrantes
en el abismo de su boca.

Los caballos alumbran el fandango,
y la jinete,
hechicera veloz del girasol nocturno,
cabalga por un campo salpicado de carmines.
En su rostro clarean
siete auroras sin ocasos
y en su estrofa
un claustro de pasiones
engendra la lágrima, la fiebre
y el cristal de la palabra.

La voz
viajera de siglos y parajes,
compañera del farol de las carretas,
muerta y nacida en pogromos oscuros
trae hambres y violines
y cantos y caminos
y se funde en el gesto
y arde en guitarras que se afinan
en los rincones del vino.

Cuando todo parece que se acaba
ella renace del quejío roto.
Es la dama de la tragedia
que habita en la alegría.

Lentamente

Me tenderé
sobre el manto de la orilla
y el lucero forjará mis espejismos.
Entre los huecos que dejan
los sueños de la última pasión
sólo el silencio dibujará caminos.
La tierra tendrá el color del campesino
cuando el ocaso bese la lejana línea
y el pájaro anuncie la fuga.
Cobijado en mis pensares
te veré pasar de largo
y entonces percibiré mi ausencia
con la paz que cinceló el pasado.

Pozo

Quedó un trozo de pan sobre la mesa
en la que él te hablaba
del color de los cerezos,
del perfume que presagia cada otoño.
Hoy miras inmóvil
el trajín caótico del duelo,
la pena que cae
lamiendo el socavón
cuando suena el murmullo
del relato de los otros.

Donde nunca toca el sol
todo está más oscuro todavía.
Sólo se enciende la tristeza
del cante que llega de otras minas
que esbozan con crueldad
la misma muerte.

Aeropuerto

Detrás del cristal
el mundo es un torrente mudo.
El mar dibuja una línea
desde donde comienzan
a volar las nubes.
Detrás del cristal
los obreros se mueven
en la lenta y callada turbulencia.
Ella ve alejarse
al que fuera en sus sueños
el anhelado amor.
Detrás del cristal
pasa una paloma que nunca llegará
a cruzar el trasluz.

La amante cansada

Aquella amante que dibujaba encuentros
entre dos puertos y el mar,
recogió la huella de la almohada
y desertó del lugar de los anhelos.
Cansada de habitar los espejismos
dejó de ser el sueño de un errante
y se coló en un libro de poemas.
Ahora camina
por la orilla de aguas suaves,
es un pájaro sereno.
Le cautiva bajar del carrusel
y adentrarse en el salón de los espejos.

¿Entonces por qué?

No es por aquel sueño
de dar la vuelta la mundo
en un buque mercante holandés.
Tampoco por la noche interminable
en la que tus pies descalzos
inventaron el amor
bailando en la mesa de la fonda.
No es por tu risa,
desnuda en la playa
ni por el primer beso
entre prisas y eucaliptos.
Ni por la carta que escribiste
en quién sabe qué café.
No es por tu lágrima
cada vez que escuchabas
la canción del soldado en la frontera.
Ni por la despedida
que nubló para siempre tu mirada.

Es por ese pequeño temblor
que dibujaba en tu boca la sonrisa.
Por eso es difícil olvidarte.

A la mujer de una foto

Querría haberte conocido
cuando tus ojos eran tristes y lejanos
como si eternamente miraran al mar.

Entonces dibujabas
un hilo de sonrisa en la ventana
entre las gotas de una llovizna muda
y el anhelo que empañaba los recuerdos.

Querría haberte conocido
cuando el tren partía
en la vorágine de un beso y la esperanza
y dejaba los amores en andenes oxidados.

Entonces
una acuarela de quebranto
se acercaba a la sombra de tus párpados
y grababa para siempre las escenas de la guerra.

Querría haberte conocido
cuando mi voz decía en un susurro
que siempre habría un sol en tu sonrisa
y dos atardeceres en tus ojos.

La visita

Con la sorpresa que guardan
algunos días tontos
llegas de la mano
de un pequeño vals de octubre.
Te quedas dos, tres días
y luego vuelves
al refugio de una vida
cerrada a mis recuerdos.
Despierto risueño
aunque el soplo de tu voz
perdida en un poema de otro siglo
me susurre que serás siempre una ausencia.