Tiempo

Asomarse
a ese agua que descifra
el dorado lenguaje
de los flamencos.
Acariciar la red
cuando atrapa sueños
de mares ajenos.
Empujar nostalgias
de paisajes que nunca existieron.
Deslizarse
virgen por una nieve virgen
y luego sumergirse ciego
en el pequeño mar del mapa.
Mirar la jaula
donde habita la muerte
y esperar la llegada
de su libertad.

Las artistas

Son bellas y saben jugar al ajedrez.
Toman el café
de algún pequeño lugar del mapa
en tazas de porcelana negra.
Se llaman Ylenay,
o Yerma o Janette.
O simplemente Lola.
Lucen faldas largas
y un colgante africano
que les vendió un señor
que nunca separaba
el trabajo del amar.
A media mañana encienden
sus primeros cigarrillos.
Los disfrutan lentamente
hasta que el filtro
les recuerda la brasa.
Con su voz ronca
beben al mediodía
aperitivos con soda
y a la tarde a veces un cuantró.
Siempre tienen un amigo
con el que hablan del arte,
del placer de las arañas
y de los pocos datos
sobre la existencia de dios.
Con él cenan
a la luz de tres velas
el famoso plato hindú
que aprendieron viajando en los ‘60.
Desayunan con su gata negra
tostadas de panes caseros
con mantequilla y una mermelada
de color violeta oscuro.
Luego caminan a orillas del Sena
o de cualquier río que atraviese una ciudad.
Vuelven a sus casas
a encerrarse en el taller
que huele a piedras
o a pinturas
o a letras
o a trapecios
y en el que suena
una lejana melodía
que las invita a amar.