Empeño

Amparados por las palas,
las azadas, los rastrillos
y la porfía del aire y de las horas
llegan al desierto los quijotes.
Allí
nadie sabe el color de la serpiente
ni la ausente mirada del lagarto.
Todo es un páramo que resiste los extremos.
La destrucción
devoró las paredes de una casa
que no puede ser refugio
ni de saurios
ni de sierpes.
Sin embargo
continúan llegando los quijotes
con su empeño de sembrar en lo imposible.

Campesino

El hombre empuña
un manojo de verbos vírgenes
cuando el campo llama
a la reja y el dental.
Mira con ojos de otoño
la gleba que perdura
desafiando a la gota.
Recuerda el refugio del árbol
y la muerte del potro
bajo el fulgor que acabó con la noche.
Anhela la palabra que diga
ese dolor en la imagen
de una mujer que lo amó.
El hombre espera
la ráfaga de silencio
que consuele al gesto
del último deseo sin cumplir.

Presencias

Cada tanto las presencias
despiertan de letargos mentirosos.
Al llegar a una esquina
el andar indolente
queda suspendido en un gesto de alerta.

Un olor a pintura
reconstruye la imagen de la casa nueva
con paredes blancas,
libros, fotos, afiches,
una red de pescadores teñida con té
y la ternura que siempre perdía
jugando a la escondida.

Súbitamente
todo se oscurece.
Ellos entran con el colmillo de la muerte.
Las paredes se visten
con el tufo del espanto.
El refugio muere
y la casa queda hueca de nosotros.

¿Quién pisa ahora
las huellas de ese amor
que palpitaba en los rincones?