La sangre camina hacia la herida
y busca el puñal en la piel.
El ojo toca la sombra
cuando un ángulo imposible
la obliga a reposar en el charco.
Entonces
la quietud devora el latido.
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Éramos
No,
no éramos como creímos ser.
El tiempo fue limando la corteza
y ahí quedamos
sin maquillaje,
verdaderos,
desnudos.
No nos reconocimos
en el gesto sincero.
Y emprendimos solos
el viaje hacia el silencio.
Silencio oscuro
A Quicu Samsó, in memoriam
Estem però no hi ha ningú
Quicu Samsó
Un lienzo blanco.
El alabastro
al que nadie le dará vida.
Un rototom que espera la baqueta.
Alguien busca en la lejana linea
las palabras del poema que no sabrá escribir.
Ahora
que la orquesta entera
ha dejado de sonar
el aire es un silencio oscuro
y un café se enfría en la mesa vacía.
¿Quién nos dirá
cómo sembrar este erial?
Estamos. Pero no hay nadie.
La mujer y la muerte
Ojalá la muerte venga sola.
Con ese silencio
del que hablan los poemas.
Con la oscuridad
de una paz sin destellos.
Ayer
un cielo gris
inundó mis ojos
y borró la sonrisa.
Hoy me alejo del tiempo
que empañó mis días
y los sembró de aullidos,
de garras y tormentas,
de un cansancio antiguo,
de un dolor de vida,
de una herida que me habla del amor
que una vez creí tener.
Poemas de mi libro inédito «Holocaustos»
Reflejos
Reflejos
En el dormitorio vacío
la noche cerrará los espejos.
J.L.Borges
Cuando el fulgor abandona las ventanas
ellos se vacían de sonrisas cómplices,
de pestañas que equivocan el atajo,
de labios dispuestos,
de muecas, necios y madrastras.
Lentamente los deshabitamos
y entonces dejan de ser.
Entre las sombras
el inútil cristal resiste en un pasillo
donde la última luz se negó al reflejo.
La tiniebla conjura el hechizo
de tener lo que no está
y la ausencia del que mira
dibuja por un momento su existencia.
La noche
es el silencio de los espejos.
Al aclarar
la multitud espera
la llegada del cristal
y nadie percibe
el azogue de la quimera.
La penumbra devora
mil trozos de luz rota
y los hilos de azar
bailan danzas
de ánimas y espectros.
Entre árboles de agua
y amenazas de noche
los peces vuelan
hasta acariciar la calma
de un muelle de cielo gris.
Luego
se asombran
de ver el revés de un hombre
que recita soledades
en azoteas de ríos lentos
o acompaña el canto
del tronco preso
entre ondas de invierno
y flores que no alcanzaron a abrir.
Más allá de los torrentes
el temblor lucha con la roca
y aleja el cielo
del deseo de la reja.
El sol se empeña en ocultar
la testa de la tímida sonrisa
y poco a poco se alza el muro
que secuestra para siempre
la improbable libertad del condenado.
La arquitectura del caos
imprime su delirio en las paredes,
amenaza el equilibrio
de ventanas que contemplan
el vuelo de gaviotas,
de grillos,
de pasiones,
rompe los marcos, los dinteles,
los espacios, las antenas, las vigilias,
gasta los cielos,
agota las nubes
y funde las líneas
hasta dibujar el sueño en el que vive.
Allí trabajan las figuras que saben
lo que nosotros ignoramos.
Son el ser y lo volátil.
Sombras
y copias de las sombras
que huyen del vértigo
con artificios
que solo atrapan lo irreal.
Se miran
y no sabemos si se ven.
Imaginan las pinturas
de un personaje que camina
por la orilla de un mundo
al que finalmente llega la paz
y en el que en cualquier recodo del camino
asalta al caminante
el temor de no estar en el reflejo.
La noche vuelve a ser
el silencio de los espejos.
Ataúdes vacíos
Los ataúdes vacíos
hace años que esperan.
No hay color
en los rincones del mapa.
Donde antes clamaba el grito
ahora el silencio es el clamor.
El hombre junta arrugas
y bebe el vino rancio
en la esquina que abandonó el padre.
La ciudad sólo cobija ausencias.
El verbo del ojo
Reflejar el silencio,
transformarse en el espejo
del que sabe adentrarse,
corromper la belleza
con la luz,
pintar media tristeza,
desvanecerse en la pausa
y despertar en el suspiro,
atrapar la letra
y multiplicar la palabra,
acariciar la ilusión
de que nos mira.
Poemas del libro «Todos los febreros cada dieciocho» de Fer Gutiérrez
Noviembre
En el intento de alcanzar el cielo
el ocre cae
con la suavidad del que conoce el baile.
Las calles abrigan
un silencio de humo de castañas,
anuncian el final precoz de las tardes
y dibujan el rumor
del frío en las esquinas.
Hay un suave
balanceo de hojas
y las ramas muestran
sus pieles desnudas.
Melancólico y opaco
noviembre nos susurra que ha llegado.