Instantes

Lejos la voz se apaga
y alguien pisa el camino de la flor.
El grito abreva en la distancia
mientras el silencio vuelve.
Los pasos en la arena
aceleran el reloj
del hombre que cuelga su mirada
en el trapo del mástil putrefacto.
Cuando el lago caiga en la llovizna
el pez boqueará
contra la puerta sin marco.

Los faustos

Cuando los faustos acabaron
tres veces me cagué
en el monumento a la bandera.
Subí por un caminito estrecho
entre las rosas mosquetas
y versos de jilgueros
hasta que vi aquel lago azul
con peces pintados
de siete colores distintos.
Luego eructé mientras cantaba el himno.
Y a continuación olvidé la letra.
Regalé a las lauchas el libro de historia
y les dije: “buenprovecho”
mientras devoraban mentiras.
Yo,
entretanto,
paseaba por capítulos
que nunca nadie quiso escribir.
Al héroe de la foto
que preside la oficina
del que fabrica el pasado
le pinté una excrecencia
en su frente despejada
y también un bigotito.
El prócer no sonríe,
por lo tanto
no pude pintarle el diente.
Embarqué en mi bote de playa
con un pato por mascarón
y me interné en los arroyos
afluentes del piolín que desemboca en los tres mares.
Cacé una estrella con mi gomera tuerta,
pinté el más lindo granito de arena,
silbé la mágica cadencia
y regresé al monumento a la bandera
donde, con un gesto natural,
voví a cagarme.
Y ya van cuatro.