La vieja foto
del rostro que no envejece
vuelve cada tarde
a la mirada opaca.
El gesto escondido en la ceniza
olvidó la mano que encendiera el fuego.
Un sueño desanda el camino
donde palpitan los perfiles
y las sombras.
Son huesos que esperan
el dolor de la memoria,
el fin del anhelo que tortura,
la sepultura que los devuelva a nuestra vida.
«…la sepultura que los devuelva a nuestra vida». Paradójicamente aparecer muerto acaba con el dolor de la espera, el cese de la angustia. Los muertos nos dan la vida, retorna la rutina y cesa la búsqueda. Nada hay más triste -y a su vez más placentero- que poner fin al duelo.
Así es, Javier. El desaparecido implica el duelo eterno.
«… la sepultura que los devuelva a nuestra vida.»
Hay un lugar mas desolado y páramo,
mas estéril que el morir.
Ese brutal invento,
ese limbo mísero,
ese destierro de todo mundo.
Solo la templanza del vínculo,
el desgarro primigenio,
marcó la memoria buscadora.
La tenaz.
AbraZoGran.
Gracias Jorge!!! Es un hermoso contrapunto.